Es sorprendente como llegamos a normalizar todo. Mes tras mes vemos como nuestros representantes políticos utilizan el máximo órgano de representación de la ciudadanía como ring de boxeo público y ya hasta nos parece lo más normal. Unos aplauden a los suyos, otros aplauden a sus otros suyos. En definitiva, un espectáculo sobreactuado donde lo más importante es utilizar toda la testosterona (en el peor de los sentidos) para contentar a los propios y cabrear a los ajenos.
Es sorprendente como cualquier vecino o vecina, no perteneciente a los hooligans de una u otra parte, tan solo tiene la oportunidad de leer o ver que sus representantes políticos se dedican a la pelea, la discusión acelerada y la batalla de argumentos de parte sin aportar aquello que debe suponer el Pleno del Ayuntamiento: un punto de encuentro entre diferentes ideas y sensibilidades.
Hace poco tiempo una persona, ciertamente molesta, me decía que era una vergüenza que se “peguen en el pleno y que luego se vayan juntos a tomar cervezas”. Fíjense hasta que punto estamos llevando la sin razón. Como yo también soy humano y tiendo a normalizar todo hasta me parece lo lógico y lo normal que después de que utilicen los instintos más bajos en la defensa de los valores propios en contra de los valores impropios, la gente piense que de eso se trata, de que para ganar una batalla sin cuartel se tiene que llevar la guerra a la máxima expresión de la discusión, el ámbito personal.
Es triste pensar que la política es eso: una confrontación permanente donde lo más importante es derrumbar al enemigo. Esto me lleva a dos reflexiones. Por un lado, me recuerda la máxima de la guerra fría donde la pelea permanente nos lleva a la “Destrucción Mutua Asegurada”. Por otro lado, me hace preguntarme cuándo el que piensa diferente a nosotros, siempre dentro del respeto a los derechos humanos y el contrato social propio de nuestro Estado de Derecho, se ha convertido en un enemigo al que se le niega un café. Una anécdota, después de un debate con el ministro Wert en el Congreso de los Diputados terminamos almorzando juntos, eso sí, me toco pagar a mi porque el ministro no llevaba la cartera, por cierto, aun no me ha devuelto la invitación.
No es sorprendente que todos estos que esgrimen sus diferencias de manera ostensible en el pleno o en los medios, se reúnan como personas civilizadas en torno a la muerte. No diré que me parece triste, la muerte de una parte de tu “familia” como era Lola Serrano lo es, sin embargo, ver a tanta gente diversa reunida para dar el pésame a sus tres hijas me reconforta con la condición humana. En el fondo la vida es leve y las personas somos por encima de todo humanos racionales que no podemos dejarnos llevar por nuestras bajas emociones. Sin reconocernos mutuamente no habrá sociedad.