A raíz de un artículo publicado en este mismo diario por Daniel Ruiz, me gustaría tratar el tema de los puentes de nuestro querido Alebús (hoy río Vinalopó) desde otra perspectiva. El origen de la palabra puente procede del latín pons-pontis, ya los sucesores de San Pedro se hacían llamar Summo Pontífice (como los Césares de la antigua Roma). Con este título se venía a decir que el Papa era el hacedor de puentes, aquella persona que tendía lazos, vínculos de unión entre una comunidad de creyentes. Volviendo al hilo conductor del presente escrito, me dispongo a hablar un poco de los puentes más relevantes que hemos tenido en Elche. La población necesitaba de ellos si quería expandirse por el margen derecho del río y no seguir con la tala indiscriminada de los huertos de palmeras que tanto criticaba el erudito Don Pedro Ibarra.
El primero de ellos fue el llamado Pont Vell, también conocido como puente de Santa Teresa o puente de la Virgen. Dicho puente, a mediados del siglo XX, sufrió una modificación, colocándole unas hornacinas con los patronos de la ciudad (San Agatángelo, antiguamente San Jorge, y la Virgen de la Asunción). De una belleza extraordinaria, sigue siendo para mí el de mayor realce arquitectónico.
En el primer decenio del siglo XX se construyó el Pont Nou, conocido como puente de Canalejas o puente del ayuntamiento (hablaremos del puente del ferrocarril al final de este escrito). Debe su nombre a un expresidente del gobierno español, tiroteado en las calles de Madrid (en apenas tres décadas de diferencia vimos ejecutar también a Cánovas del Castillo y a Eduardo Dato). El ingeniero de este puente fue Mariano Luiña, que consiguió un récord en España por su longitud de luz. Hoy en día nuestro callejero conserva el nombre de tan insigne ingeniero.
A este puente siguió el esperado puente de Altamira, construido ante la necesidad de solucionar los problemas del tráfico urbano. Ideado por los ilicitanos Santiago Pérez Aracil y Antonio Serrano Peral, se abrió al público en agosto de 1963, siendo alcalde Luis Chorro Juan, asistiendo a la inauguración del mismo el Inspector Provincial de Falange, José Ruiz Alonso, abuelo del abajo firmante. Muchos otros puentes han ido apareciendo en las últimas décadas, tales como el puente de la Generalidad Valenciana, el del Bimilenario, alguna que otra pasarela…todos ellos han hecho de nuestra querida y amada ciudad, un lugar más habitable y más conectado. Existe la pregunta o duda entre muchos de los ilicitanos de si es necesario tal cantidad de puentes para un río tan poco caudaloso como es el que atraviesa nuestro pueblo. Esa respuesta la dejo para nuestros lectores pero bien es cierto que nuestro palmeral no se hubiera conservado como lo conocemos hoy en día si no fuera por la aparición de estos puentes y del testamento del doctor Caro(de este último hablaremos, quizá, en alguna futura edición de Impresiones de un pasado)
Y para poner punto y final a este escrito, quería acabar con el Puente del ferrocarril, también llamado Pont de Ferro, e incluso una denominación que muy pocos conocen, puente de la muerte. Por la parte baja del mismo circulan los trenes de cercanías de Alicante-Murcia, algunos de nuestros lectores de mayor edad recordarán cómo los peatones pasaban por unas planchas de madera, muy pegados al tren y poniendo en riesgo su vida cada vez que querían cruzar al otro margen del río. De este puente, que creo que es el de mayor altura de la ciudad, han ido poniendo fin a sus vidas gran cantidad de ilicitanos desde por lo menos finales del siglo XIX. La prensa del momento lo daba a conocer en las noticias de la época, bautizándose con el nombre de puente de la muerte. Generaciones de ilicitanos han visto como familiares y amigos decidían poner fin a su vida, los motivos podían ser varios; problemas económicos, de salud o desamor. Hoy en día tendemos a ocultar los datos o por lo menos a no informar de algunas de las defunciones que ocurren en nuestra población o en el conjunto de la sociedad española. El motivo que se argumenta es el de no generar una alarma social y un aumento de los intentos de suicidio. Creo que no deberíamos ocultar esos datos, que hay que dar a conocer el problema para intentar buscar una solución, no basta con un número de teléfono o con el Día mundial de la Prevención del Suicidio. Tenemos que llevar este gran problema sanitario a las aulas, es allí donde se encuentra gran parte de la población más vulnerable. Las personas que deciden poner fin a su vida no son ni valientes ni cobardes, son personas que están sufriendo y que la sociedad no les da una solución, es un fracaso como sociedad civilizada y avanzada tener que poner fin a una vida de esta forma. Algo no estamos haciendo bien…avancemos en el estudio de esta problemática y construyamos entre todos el verdadero puente, aquel que nos une como seres humanos, aquel que no nos haga mirar para otro lado, aquel que no banalice un problema o minimice su importancia. Ese día, podremos decir alto y claro, que habremos cimentado con buenos pilares una sociedad más empática y más preocupada por el prójimo.
Por todos aquellos que no pudieron o no supieron aferrarse a la vida.