OPINIÓN

Los leales


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Daniel Rubio
29 de noviembre de 2024 - 13:50

Los recientes acontecimientos vividos durante el episodio de la DANA han puesto de manifiesto, una vez más, la incapacidad de los partidos políticos para asumir responsabilidades y actuar con diligencia ante sus ciudadanos. Tanto el gobierno autonómico como el estatal han mostrado graves carencias, no solo en la gestión de la emergencia, sino también en la rendición de cuentas, evidenciando un problema estructural en el sistema político español.

Es desolador constatar cómo, ante situaciones de crisis o escándalos de corrupción, ningún dirigente político se atreve a exigir explicaciones a los responsables desde las filas de su propio partido. Esta falta de autocrítica y control interno refleja una profunda deslealtad hacia los votantes y la ciudadanía en general. En lugar de garantizar su compromiso con las personas, los partidos parecen priorizar la lealtad incondicional a sus líderes, perpetuando un sistema donde “el que se mueve no sale en la foto”.

Este comportamiento tiene un trasfondo inquietante: muchos de los miembros de los partidos dependen económicamente de ellos. Estos militantes, que no podrían encontrar en el sector privado trabajos que igualen los sueldos que obtienen gracias a sus cargos, prefieren asegurar su posición siendo “leales” al partido, aunque ello signifique traicionar la confianza de los ciudadanos. Este pacto implícito entre dirigentes y militantes fomenta una cultura de encubrimiento y silencio que perjudica gravemente a la democracia.

El caso de la DANA es un ejemplo claro de esta dinámica. Mientras la gente lo perdía todo —algunos incluso a familiares—, mientras las infraestructuras fallaban y los servicios de emergencia se veían desbordados, los líderes políticos optaban por culparse mutuamente o, peor aún, mantenerse en silencio o dejar a la ciudadanía desamparada para obtener rédito político. Nadie asumió responsabilidades ni pidió cuentas a los “suyos”.

Sin embargo, esta crisis no es solo un reflejo de los fallos en la gestión de esta catástrofe. También es un síntoma de un problema más profundo: la incapacidad de los partidos para generar un debate interno crítico y constructivo. Si la política quiere recuperar la confianza de los ciudadanos, esta autocrítica debe surgir desde dentro. Los militantes y dirigentes tienen el deber de señalar los errores, exigir responsabilidades y proponer cambios, incluso cuando ello implique enfrentarse a sus líderes.

El caso de Juan Lobato, líder del PSOE en Madrid, ejemplifica otra de las consecuencias de esta dinámica. En un contexto de crisis y descrédito, aquellos que antes protegían a los líderes no dudan en traicionarlos cuando la situación se vuelve insostenible. Esta cultura de lealtades interesadas y críticas tardías no solo deslegitima a los partidos, sino que también mina la confianza en la política como instrumento para mejorar la sociedad.

Al final, todo se resume en lo de siempre. ¿Por qué los partidos políticos critican cuando el de enfrente realiza determinados actos —muchas veces con razón—, pero callan cuando lo hacen los suyos? La respuesta es sencilla: por intereses. Porque solo les interesa a ellos. Y, en último lugar, al ciudadano. Cuando, por casualidad, los intereses del ciudadano coinciden con los de ellos, perfecto. Pero si esta operación matemática no se da, podemos darnos por jodidos.

La ciudadanía no puede permanecer impasible ante esta situación. Es necesario exigir a los partidos políticos que dejen de ser refugios de intereses personales y se conviertan en auténticos espacios de debate, crítica y servicio público. La democracia no se construye con silencio ni con lealtades ciegas, sino con valentía, responsabilidad y, sobre todo, respeto hacia los ciudadanos. Es hora de que los partidos rompan con estas dinámicas y comiencen a trabajar por el bien común. Si no lo hacen, corren el riesgo de seguir perdiendo la poca credibilidad que les queda.

En la cátedra de la demagogia, el fanatismo y la poca vergüenza, muchos políticos podrían ser catedráticos. En esa materia, sobran los “directores de orquesta”, y no hace falta irse a Portugal ni a Valencia para encontrarlos. Mientras tanto, nos seguirán engañando con la colaboración de periodistas al servicio de los poderes.

Al menos llega diciembre. La ilusión de los niños y la esperanza de que nos toque la lotería nos harán más felices por unos días. Aunque, claro, todos sabemos que los niños de San Ildefonso no se llaman ni Aldama ni Ábalos.

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