OPINIÓN

ADORACIÓN


FacebookTwitterWhatsApp
Susi Rosa Egea
01 de junio de 2025 - 10:11

Adoraba su coche. Lo cuidaba con tal esmero que parecía su mascota. Mejor aún, su familia. Un Ford Mustang Fastback del 67 que había comprado en el concesionario de coches clásicos más famoso de Elche. Bajo su capó, un motor atmosférico longitudinal de ocho cilindros en “v”, trescientas noventa pulgadas cúbicas. Hasta trescientos veinte caballos de potencia eran transmitidos a su eje trasero a través de una caja de cambios manual de cuatro velocidades. Sus llantas de acero pulido de catorce pulgadas eran el broche estético del fascinante conjunto automovilístico.

Cada mañana su propietario abría la puerta del garaje para observar los destellos del amanecer resaltando su verde metalizado. El coche le daba los buenos días a Elche, y Elche aireaba la estancia en la que residía. A mediodía, su dueño le pasaba un trapo de algodón sin bordes que lo liberaba del polvo sin rallarle el barniz ni apocarle su brillo. Los fines de semana lo desplazaba hasta alcanzar el patio trasero de la casa para enjabonarlo con champú libre de sulfatos, y aplicarle después una fina capa de cera enriquecida con carnauba. Después le retiraba el agua con una gamuza de piel natural. Y con papel, acababa de secarle las gotitas de agua que dejarían rodales de fina cal si llegaban a secarse sobre la carrocería. Además, su cuidador se aseguraba de la total transparencia de sus lunas y ventanas aplicando un limpiacristales sobre una bayeta de microfibra que frotaba con esmero sobre los vidrios.

Me moría por oírlo rugir. Esperaba ansioso el día en que el hombrecito decidiera arrancarlo. Soñaba con escuchar esa música celestial de la que siempre hablaban los amantes en el mundo del motor.

Llegó el veintiocho de abril, día de San Vicente Ferrer. Sabiendo que era festivo, madrugué para hacer guardia. Me postré frente a la ventana de mi habitación, que daba ante el garaje donde mi vecino guardaba su joya más preciada. Y sucedió el milagro. Observé como mi vecino, vestido de traje y corbata, abría la puerta del garaje, caminaba alrededor de su coche, miroteando y revisando detalles… antes de montarse en el asiento del piloto. Rápido, abrí la ventana de mi cuarto y me senté sobre mi escritorio para disfrutar del evento. Cerró la puerta con cuidado y, frente al volante con cara de concentración, giró la llave. Escuché el leve zumbido con el que se activaba la bomba de combustible y el sistema eléctrico.

Al arrancar, el primer rugido fue profundo, como desde la garganta, casi como un animal que despierta. No era un sonido ni agudo ni metálico, sino grave con vibraciones. Con el motor bombeando gasolina, un característico lop lop lop lop lop al ralentí traqueteaba sutilmente la carrocería. Una especie de petardeos o explosiones secas le daban un toque rebelde, casi salvaje. El pulso hipnótico de ese ser que acababa de cobrar vida parecía querer hablar, comunicarse, expresar algo tipo «¿Nos vamos de paseo?».

El ronroneo fue más grave y constante, con un ritmo regular y seductor cuando su piloto pisó varias veces el acelerador. Oí el clac de la marcha encajada. Entonces el sonido se ensanchó volviéndose poderoso. El flamante Ford Mustang Fastback del 67 verde metalizado se desplazó y se perdió ante mi vista, calle arriba, con una elegancia sobre natural, libre.

Nunca antes he conocido a una persona que quisiera tanto a su coche como mi vecino. Desde la ventana de mi habitación, durante las larguísimas horas que dedicaba al estudio, observaba sus rutinas y la devoción que sentía por su vehículo.

Tanto era su amor y dedicación hacia él que, al parecer dejó de prestarle atención a todo lo demás. Cuando su mujer lo echó de casa, su coche se convirtió también en su hogar. Aún recuerdo la escena de mi vecino cargando con la maleta y durmiendo dentro del coche aparcado en la acera frente a mi casa.

Susi Rosa Egea

Escritora, 5ª Finalista Premio Planeta de Novela 2024

www.susirosa.es

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *