Cuando alguien, sea alcalde, funcionario o pensionista, habla de otras personas con el apelativo de “eso no son niños, es otra cosa”, no puedo dejar de recordar cuando se inició el exterminio judío a manos de los siervos del nacismo. Quitarles su identidad humana y convertirlos en cosas, en elementos sin personalidad, historia y futuro es una mala política.
Cuando se habla de personas de otros lugares como MENAS, es decir, menores no acompañados, es negarles su propia identidad personal y enmarcarlos en un grupo problemático que en el trayecto ha perdido su razón de ser humanos, es negarles que son personas, niños o adolescentes que buscan tan solo sobrevivir entre la penuria y la masacre.
Cuando escucho y leo y releo, a un alcalde, un dignatario elegido por la ciudadanía, decir las barbaridades inhumanas sobre aquellas personas que lo han perdido todo, lo arriesgado todo y buscan tan solo poder comenzar una vida muerta en origen, quiero pensar que su voz no representa a un pueblo, mi pueblo, ese que ha demostrado que mediante la justicia, la solidaridad y la humanidad ha sabido generar espacios de convivencia.
Cuando estas palabras, ilustradas con una imagen de hombre blanco (y de blanco) atenuado con bronceado burgués y desde la plataforma que le da un poder limitado en el tiempo y en las formas, me hace pensar que ética y estética van unidas. Creerse en poder de la verdad, asumir la representación mayoritaria que no dispone y dejar claro que su posición de hombre blanco con lengua de serpiente (como diría el gran Javier Krahe) es solamente eso, su reprochable e inhumana opinión. No representa a este pueblo solidario fruto del trabajo de muchas personas a lo largo de la historia.
En la vida hay cuestiones que son dicotómicas. O eres feminista o no lo eres. La libertad no se conjuga en negativo, solo se construye en positivo. O eres demócrata o no lo eres. La justicia es para todos o no es justicia. O eres solidario o no lo eres. La solidaridad no es una suerte de buenismo, es ética en estado puro.
Con pesar por lo acontecido, solo me queda decir que las formas importan tanto como el fondo. Ni son menas, ni son otra cosa, ni son tíos de 16,17 o 18, (por cierto, imagino que también habrá mujeres), ni tampoco somos un pueblo insolidario ni gentes que negamos la condición de personas que no llevan nuestros ocho apellidos ilicitanos.