OPINIÓN

BOCADILLO DE ATÚN Y YEMA – parte FINAL


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Susi Rosa Egea
09 de octubre de 2025 - 12:55

Me desperté con la esplendorosa luz que entraba por la ventana. Eso y los dedos de Marc enredándose en mi pelo, acariciando mi cabello.

Hola —dije tapándome la cara con la sábana para evitar la claridad del nuevo día.

Buenos días, María. ¿Qué tal has dormido?

Jooo, como una reina. ¿Qué hora es?

Cerca del mediodía…

¡No! —grité aterrada incorporándome de un salto.

¡Espera! —dijo Marc tratando de sujetarme—. ¡No nos podemos ir!

¡¿Cómo que no nos podemos ir?! ¡Mis padres me matan! ¡Habrán llamado a la policía! —expresé con terror. Marc se echó a reír.

¿Qué dices, mujer? ¡Tampoco es para tanto! Tus padres tienen una hija súper responsable…

¡Por eso mismo! —interrumpí—. ¡Tú no los conoces! ¡Madre mía! ¡Se va a liar parda!

Recuperé mi ropa y me dispuse a vestirme cuando Marc dijo:

María, no puedes salir de la habitación. Si me pillan, me echan del Colegio Mayor. Y el curso que viene empiezo el doctorado, ¿recuerdas? Necesito quedarme aquí un par de años más… —Sonrió.

¡Ya! ¡Pues yo tengo que llamar a mis padres! ¡¿Hay algún teléfono?!

¡Eh! ¡Que esto es un Colegio Mayor! ¡No un hotel! —exclamó riendo.

Mi nerviosismo iba en aumento. Me temblaban las manos. Mi cara de angustia delataba la preocupación que me recorría el cuerpo. Logré colocarme la ropa y me puse a buscar los zapatos.

¡Ey, María, tranquila! Vamos a pensar. Algo se nos ocurrirá.

Al cabo de unos minutos, Marc propuso:

Tú no puedes salir del cuarto, pero ¡yo sí puedo!

¡Ya sé! ¡Busca un teléfono y llama a mi amiga Daina! ¡Ella tiene móvil! ¡Dile que llame a casa de mis padres y les diga que estoy bien! ¡Que me he ido corriendo a la estación de autobuses para no perder el siguiente…! ¡Eso! ¡O algo así!

Espera, ya sé. Otro chico de aquí tiene móvil, Andreas. Se lo pido prestado y llamas tú misma. Lo único que es un móvil alemán, como su propietario. —Sonrió—. No creo que tus padres se asusten al ver un número tan raro en la pantalla, ¿verdad?

¡Joder! ¡Yo qué sé! ¡Si ya estarán poniendo una denuncia por desaparición! ¡Ve a por el móvil! ¡Idearé algo medio creíble! ¡Me va a llover la del pulpo!

Marc regresó con el teléfono móvil, un Nokia de los primeros que había en aquel entonces. Le hice un gesto de silencio con el dedo índice sobre los labios, mientras marcaba.

Llamé a casa y nadie contestó. Un frío seco me recorrió la nuca. Marqué el número de la tía Belén. Tampoco contestó nadie. «¡Joder! ¿Qué hago? ¿Llamo a mi abuela?», pensé. Era sábado por la mañana, mi madre estaría haciendo la compra. Mi padre, trabajando. ¿Y mis hermanos? Estarían en el polideportivo, con sus partidos de fútbol entre amigos… «Piensa, piensa, María. ¿A quién llamas?». Se me ocurrió llamar a Toñi, la dueña de la panadería Pepe Devesa, pero no me sabía su móvil de memoria. «¡Maldición!». Miré el reloj, las doce y cuarto… «Hora del almuerzo, ¡llama a tu padre! Habrá parado a tomar un bocado». Mi padre era taxista. Llamé a la central de taxis y por suerte me pasaron con él. Sin tiempo para pensar qué decirle, improvisé:

Hola, papá, soy María.

¡María, hija! ¿Ha pasado algo? ¿Estás bien?

Sí, sí, estoy bien. Sabes que ayer fue la fiesta de graduación de algunas amigas y que me quedé aquí, en la universidad. Te llamo porque no doy con mamá. Me he quedado aquí tirada en la estación de autobuses. No me sabía los horarios y hasta dentro de dos horas parece que no sale el siguiente… ¡Por avisaros! ¡Que no os preocupéis! ¡Ya sabes cómo se pone mamá!

Vale, hija. Ya hablo yo con tu madre.

Avísala, por fa. Dile que estoy bien. No quiero que se enfade.

Vale, vale. Ahora la llamo o me acerco a verla. ¿Sobre qué hora llegarás? ¿Quieres que vayamos a recogerte?

No, no. No merece la pena que echéis un viaje de una hora. Nada, no te preocupes. Ya me busco la vida para volver…

Vale, hija. Nos vemos luego.

Papá…

¿Sí?

Que estoy pensando en quedarme a comer. Porque somos varias amigas las que andamos por aquí y, la verdad, esperarme dos horas aquí, sin comer, y llegar a casa cerca de las cuatro… Como que no.

Lo que tú veas, María. Te tengo que dejar. Tengo un servicio.

Vale, papá. Dile a mamá que volveré a la noche, como muy tarde. ¿Sí? ¡Que no se preocupe, por favor!

Yo se lo digo. Lleva cuidado, hija.

Sí, papá. Gracias.

Bufff. Qué alivio. Me dejé caer sobre la cama ante la sonrisa de Marc. Con el shock de la mañana, no había tenido tiempo de recordar nuestro encuentro de la noche. Le sonreí picarona, me volví a desvestir y me metí de un salto en la cama.

Si tenemos que quedarnos hasta que anochezca, ¡yo quiero repetir! —comenté sugerente.

Marc sonrió, se quitó los vaqueros y la camiseta, puestos de urgencia para ir a por el móvil, y vino a mi encuentro. Hicimos el amor un par de veces más.

¡Qué ricura, Marc! ¿Siempre es así?

No sé… Supongo. Siempre será lo que tú quieras, María —comentó guiñándome un ojo—. ¡Me voy a por unos bocatas! ¡Estoy hambriento!

¿Unos bocadillos de atún? ¡¿De atún y yema?! —solté aguantándome la risa.

¿Cómo que de atún y yema? ¡De atún y anchoas! ¡El especial!

¡Sí, sí! ¡De atún y yema! ¡Yema de dedo! ¡De dedo del hombrecito que los prepara! —Reí a carcajadas—. ¡Que no veas los dátiles que tiene el tío y cómo clava los dedos en el atún cuando los prepara!

Marc se echó a reír.

Eres genial, María. ¡Te quiero un montón, que lo sepas!

Y se paró el tiempo. Se me cortó la respiración por unos segundos. Mis pupilas se dilataron. Marc había soltado un «te quiero», como si tal cosa. Yo no recuerdo que nunca nadie antes me hubiera regalado un «te quiero», ni en mi casa, ni tan siquiera mis padres.

Ahí supe que Marc era él, el elegido, la persona ideal para mí, el chico con el que podría compartir mi vida. El tipo inteligente que se lo tomaba todo con naturalidad. Que no me juzgaba, que no me exigía, que no me imponía absolutamente nada. Que no criticaba mi manera de ser. Que aceptaba mis formas, que respetaba mis decisiones. Marc nunca me corregía, él se limitaba a explicarme otras opciones, otras versiones de la misma cosa. Marc sabía llevarme. Mi rebeldía apenas afloraba ante él. No necesitaba rebelarme, defenderme, justificarme frente a Marc.

Devoramos los bocadillos especiales de atún, anchoas y “yema de dedo” y nos volvimos a echar en la cama. Regresé a mi casa. Todo estaba bien, mejor de lo que me esperaba.

 

Susi Rosa Egea

Fragmento de la novela La vida secreta de Junio Sanz

5a Finalista Premio Planeta de Novela 2024

Finalista Mejor Novela Ficción Contemporánea XII Premios Círculo Rojo 2025

www.susirosa.es

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