Hay historias que comienzan sin buscarse, entre la rutina y los lugares cotidianos, y que terminan convirtiéndose en toda una vida compartida. La historia de Rosa Ana y Manolo es una de ellas. Este sábado, la pareja celebrará sus 25 años de matrimonio rodeados de familiares y amigos en la Iglesia de San Antón, y posteriormente en el Restaurante Lindaraja, recordando los momentos que los han llevado a donde están hoy.
Todo comenzó en un taller de calzado de Elche. Rosa Ana trabajaba en el turno de mañana y Manolo en el de noche, por lo que apenas coincidían. Sin embargo, un verano cambiaron las reglas del destino.
“Nos conocimos en un taller de calzado, como tantos por aquí, en Elche,” recuerda Manolo. “Ella trabajaba de mañana y yo de noche. Apenas coincidíamos, solo cuando yo salía y ella entraba. Pero un verano coincidimos todos en el turno de día, y el jefe me pidió que ayudara a repartir la tarta por el cumpleaños de su hija. Le di varios trozos a Rosa Ana y le dije: ‘Esta es para mí, esta es mía.’”
Aquel gesto sencillo marcó el inicio de una historia que con el tiempo se convertiría en su vida entera.
“Fue la primera vez que lo miré realmente a los ojos,” recuerda Rosa Ana. “Y me giré hacia mi compañera Toni y le dije: ‘Antes o después, este chico va a salir conmigo’. Desde entonces supe que me gustaba de verdad.”
Entre risas y pequeños gestos, la comunicación surgió de manera inesperada: notas escondidas en el cajón de la máquina de coser de Rosa Ana, mensajes escritos que viajaban de noche a mañana como un primer lenguaje secreto de amor.
“Era como nuestro WhatsApp de ahora: él escribía por la noche y yo le contestaba por la mañana,” comenta Rosa Ana.
“Le quitaba los chicles, me bebía su agua… todo para que se fijara un poco más en mí,” añade Manolo entre risas.
El primer encuentro fuera del taller ocurrió durante la Semana Santa siguiente. Manolo viajó con sus amigos a un pueblo cercano al de Rosa Ana, decidido a volver a verla.
“El Viernes Santo nos encontramos, hablamos, tomamos algo y en la última discoteca me echó el pie por encima, me dio un beso y me dijo: ‘No te escapas de mí’,” recuerda Manolo.
“Y no se escapó,” añade Rosa Ana. “Empezamos a salir el 6 de abril de 1996.”
El primer año no fue fácil: los turnos de trabajo, los entrenamientos y la pasión de Manolo por el fútbol sala dificultaban los encuentros.
“Él trabajaba de noche, yo de día, y los fines de semana jugaba en tres equipos. Era complicado coincidir, pero poco a poco fue haciendo un hueco en su vida,” afirma Rosa Ana.
“Sí, al segundo año dejé equipos para poder pasar más tiempo con ella. Y mereció la pena,” asegura Manolo.
Con el tiempo, la relación se fortaleció y surgió el deseo de compartirlo todo.
“Dos o tres años después dijimos: ‘¿Y si nos vamos a vivir juntos?’. Mis padres lo vieron bien, pero mis suegros eran más tradicionales. Dijeron que de su casa nadie salía sin casarse. Así que nos casamos, el 11 de noviembre del 2000,” explica Rosa Ana.
Al año siguiente nació Bri, y cinco años más tarde llegó Manuel, completando la familia. Desde entonces, los días se han llenado de amor, complicidad y gestos sencillos que hablan más que cualquier palabra.
Rosa Ana es descrita por quienes la conocen como una mujer luchadora, con carácter y las ideas muy claras. Sabe lo que quiere y lo demuestra con autenticidad: cuando se enfada, se enfada de verdad; cuando ríe, ríe de corazón. Es una mujer genuina, fuerte y auténtica.
Manolo, en cambio, es bondadoso, generoso y siempre dispuesto a ayudar a los demás, trabajador incansable y humilde.
“En eso nos complementamos. Creo que conocernos nos ha ayudado mucho a ambos: somos buenas personas y eso se nota en cómo vivimos nuestra vida juntos,” afirma Rosa Ana.
“No todo ha sido un camino de rosas, pero siempre pongo en la balanza lo bueno y lo malo de mi Manolo… y lo bueno siempre pesa más,” confiesa Rosa Ana.
“A lo mejor no digo mucho, pero cuando le quito las gafas si se ha dormido con ellas puestas, o le preparo algo por la mañana, sé que ella lo entiende,” añade Manolo.
Hoy, 25 años después, Rosa Ana y Manolo celebran no solo una fecha, sino todo lo que han construido: una familia unida, un hogar lleno de amor y una historia que sigue creciendo día a día junto a Bri y Manuel.
Entre notas, miradas y gestos sencillos, la pareja recuerda que el amor verdadero se construye con pequeñas acciones diarias, paciencia, comprensión y, sobre todo, con el corazón.
Porque algunas historias de amor no necesitan grandes palabras ni promesas escritas: basta con reír juntos, compartir silencios, darse la mano y mirar siempre en la misma dirección para que el amor siga vivo, intacto y eterno.






Iván Hurtado

