OPINIÓN

¿SE PUEDE SER DE IZQUIERDAS Y AMAR LA SEMANA SANTA?

27 de marzo de 2024 - 09:43
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De niño en las noches de marzo o abril mi madre me abrigaba para ir a las procesiones y me llenaban bolsas de caramelos o comenzaba a oír frases con resonancias medievales (“Caballeros del Santo Sepulcro”), a veces íbamos con la familia a ver la Semana Santa de Murcia y la obra de Salzillo o al Crevillent de Benlliure, incluso una mis primeros “amores” lo sentí cuando una nazarena contestó con un “gracias por el piropo” a mi comentario sobre la belleza del paso (“mira, mamá, es más bonito que el de la tele”). Años después mi amigo Santi Ruíz (más ilicitano que la dama, escolano del Misteri de niño, nieto de un presidente del Elche) me presentó la Semana Santa ilicitana y se consolidó mi historia de amor con esta tradición que hoy continúa con mi hija.

¿Por qué me gusta? En la Contrarreforma se optó por la teatralidad como forma de catequesis y la Semana Santa (como el Misteri) es un exponente fundamental de esa teatralidad. Puede no llegarte el mensaje religioso e impresionarte la belleza artística o la raigambre popular y comunitaria. No puedo olvidar a un hombre sólidamente de izquierdas como Andreu Castillejos siendo un apasionado del Misteri desde su increencia. En la Semana Santa encuentro música, dramatismo, escultura, una intensa y barroca obra de teatro con las calles como escenario y nosotros como público y como pueblo a la vez.  En este mundo de imperio cultural anglosajón, donde desde Halloween hasta Papá Noel parecen inventos del FBI, esta tradición sólo puede ser mediterránea y, especialmente, española. Incluso más local si me apuran; la intensidad andaluza, la adusta solemnidad castellana, exaltaciones epicúreas y locales en los borrachos conquenses, los caramelos de Hellín o en nazarenos vestidos cual huertanos repartiendo almuerzo (¡con habas tiernas!) en Murcia.

Y Elche, tierra de acogida, tiene una hermosa Semana Santa porque sintetiza un poco todo; reciedumbre en el Silencio, pasos “bailados” a la manera andaluza con vírgenes bajo palio que nos recuerdan a las de Sevilla, pasos barrocamente mediterráneos y nuestros sellos de identidad; las palmas de Domingo de Ramos, las Aleluyas, el Cristo de Zalamea o nuestra Marededéu de les Bombes.

¿Y este gusto me aleja de las izquierdas? La contradicción existe, y hay cosas que no me gustan, pero el ejemplo de Castillejos demuestra que es compatible el goce por la belleza artística y la raíz popular de un evento religioso con las ideas de izquierdas. Siendo más de izquierdas, por ejemplo, que un gobierno cómplice de la UE en sus agravios a nuestros agricultores o en su delirio proyanqui hacia la III Guerra Mundial encuentro que en la Semana Santa (y en las tradiciones populares en general) y en los valores de la izquierda histórica hay un común denominador; el pueblo. Ese pueblo que manteniendo sus identidad local (a la que tanto ayudan las tradiciones) y su identidad de clase está siendo dique de contención del gran capital.