OPINIÓN

Soy de Elche. Y punto.

15 de mayo de 2024 - 23:00
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Vuelvo a dirigirme a ustedes desde Madrid, recién llegado de hacer el Camino de Santiago, experiencia que recomiendo a cualquier lector que no lo haya hecho todavía. Paisajes dignos de un cuadro impresionista de Van Gogh, pueblos en los que a uno le apetecería jubilarse y un crisol de multiculturalidad. Y una buena gastronomía, como en cualquier rincón de España.

En Palas de Rei, una de las localidades fin de etapa, acudí por la tarde a la misa del peregrino. El párroco, viendo que la iglesia estaba copada por extraños, más que por autóctonos, comenzó a preguntar por nuestros lugares de procedencia. “Elche”, contesté lleno de orgullo (todavía no me sale decir que soy madrileño), a lo que él puso una cara de no entender. “Alicante”, añadí, dejándole ya más tranquilo.

El bueno del sacerdote no fue el único al que tuve que aclarar dónde quedaba Elche en el mapa en mis siete días de travesía por tierras gallegas. Para ser justos, sí había mucha
gente que lo conocía, pero eran mayoría los que no. Y eso me llevó a la siguiente reflexión: ¿Por qué todo el mundo sabe ubicar Cartagena, Jerez de la Frontera, Gijón o Vigo, e incluso se conocen historia y tradiciones de estas ciudades, y sin embargo Elche se sigue resistiendo a la mayoría social de este país?

Los municipios mencionados tienen varias cosas en común con el nuestro: ninguno es capital de provincia, ni pertenece al área metropolitana de una capital, y tienen poblaciones similares en lo que al número de habitantes se refiere (de hecho, Jerez y Cartagena son más pequeñas). Y, aún así, han conseguido que toda España las reconozca como ciudades importantes de nuestra nación, cada una por sus propias razones. Incluso Vigo y Gijón, a veces, son más conocidas internacionalmente que Pontevedra y Oviedo, respectivamente. Mientras tanto, Elche continúa en el ostracismo nacional.

Y, ¿qué tienen estas ciudades que no tenga la nuestra? Respuesta sencilla: que se lo han creído. Cartagena y Vigo apostaron fuertemente en su momento por las industrias naval y automovilística, mientras que Jerez de la Frontera expandió su sector agrícola y ganadero internacionalmente y Gijón ha logrado mantener, pese a las reestructuraciones en el sector, una potente industria minera y metalúrgica. Han sabido atraer en unos casos, y fomentar en otros, sectores económicos fuertes que, posteriormente, han dado alas a un creciente sector turístico.

Al tiempo que pasaba todo eso, los ilicitanos estábamos a por uvas, que diría mi padre. Aquí nos “conformamos” (nótese la ironía) con levantar un pueblo de la nada que se hizo a
sí mismo, con sacar a flote un sector industrial zapatero que estaba más pendiente de las luchas fraticidas entre patronos y obreros que de crecer, y con mantener nuestro campo
para dar de comer a los nuestros. A las generaciones anteriores poco les preocupó proyectar la imagen de Elche hacia el exterior. Bastante tenían con lo suyo.

¿Por qué no pensar que ha llegado el momento de cambiarlo todo? ¿Por qué no empezar a mostrarle al mundo nuestra gastronomía, nuestra historia y nuestro patrimonio? ¿Por qué
no aprovechar la digitalización para atraer a grandes empresas a ese páramo económico que es el Parque Empresarial? ¿Por qué no expandir internacionalmente las maravillas
agroalimentarias de nuestro sector primario? ¿Por qué no empezar a ser un referente turístico en España y dejar de flipar cuando vemos a cuatro alemanes por el Parque Municipal un 20 de agosto?

De esto tienen que tomar buena nota nuestros políticos que, como he dicho en ocasiones anteriores, tienen que empezar a derribar puertas y muros y reclamar lo que nos corresponde, además de trabajar por atraer todo aquello que tienen las ciudades. Pero también la sociedad ilicitana, que tiene que despertar del letargo en el que la han tenido dormida todo este tiempo y acompañar en esas ganas de crecimiento. Tenemos que empezar a creer que somos la ciudad que siempre hemos defendido ser.

Empecemos por decir… Soy de Elche. Y punto.