La Navidad suele asociarse con luces, regalos y mesas largas, pero su verdadero espíritu está en dar sin esperar nada a cambio. En el fútbol, un mundo donde la ambición y el éxito económico suelen marcar el pulso, hubo un jugador que encarnó ese espíritu navideño durante toda su vida. Juan Carlos “Milonguita” Heredia, aquel extremo que deslumbró en el Elche CF antes de triunfar en el Barcelona de Cruyff, prefirió siempre dar más que recibir. Y esa elección, tan noble como peligrosa, casi lo llevó a la ruina.
Cada vez que llegaban las fiestas o algún período vacacional, Milonguita regresaba a su Córdoba natal como si fuera Papá Noel. No traía juguetes en un saco rojo, sino miles y miles de dólares en los bolsillos. Dinero que se transformaba en asados interminables, agasajos, regalos costosos y ayudas a familiares, amigos y conocidos. “Lo que tenía, lo daba”, repiten quienes lo conocieron. Como en la Navidad más pura, la felicidad ajena era su mayor recompensa. A Barcelona, donde vivía como un rey, siempre volvía con la billetera vacía.
El símil es inevitable: así como la Navidad invita a compartir lo propio, Milonguita compartió todo. Electrodomésticos, Coches,apartamentos, casas. Regaló 36 viviendas y más de 20 automóviles. No preguntaba demasiado, no desconfiaba. Creía. Y esa fe ciega en los demás fue, al mismo tiempo, su mayor virtud y su condena. Las malas administraciones y los favores eternos terminaron por evaporar una fortuna que había superado los siete millones de dólares.
En el campo de Altabix, con la camiseta del Elche en la temporada 1973-74, quienes lo vieron jugar entendieron que estaban ante algo distinto. Fue solo un año, 24 partidos y 7 goles, pero bastó para dejar huella. De allí saltó al Barcelona de Johan Cruyff, donde vivió años dorados: títulos, fama, contratos millonarios y una vida casi de fábula, con mansiones, animales exóticos y un zoológico doméstico que parecía sacado de un cuento navideño exagerado. Hasta tuvo un cachorro de león llamado Simba.
Pero como en muchas historias de Navidad, tras el brillo llegó la lección. El fútbol se le terminó antes de lo esperado por una lesión de rodilla. Y cuando la pelota dejó de rodar, también dejaron de llegar los millones. Lo que había dado ya no volvió. Hubo un tiempo en que, para sobrevivir, manejó un taxi. El detalle es tan simbólico como doloroso: el auto con el que trabajaba se lo había regalado él mismo, años antes, a un amigo. Dar y recibir, pero en orden inverso.
Hoy Milonguita, se aferra a su familia y cuenta a los amigos con los dedos de una mano. No hay rencor en su voz cuando recuerda el pasado, solo una resignación serena. Como quien entiende que vivir dando tiene un costo, pero también un sentido. Algún viejo futbolero, canoso y de memoria larga, todavía le susurra a un joven al pasar: “Ganó millones y no le quedó nada… pero lo dio todo”.
En tiempos donde la Navidad parece reducirse a consumo y apariencias, la historia de aquel futbolista que pasó por el Elche y brilló en el Barça nos devuelve al origen del mensaje: compartir, incluso cuando eso implique perder. Milonguita vivió como jugó: generoso, desinteresado, fiel a los suyos. Tal vez la riqueza se le esfumó, pero hay algo que no perdió jamás: la coherencia entre su corazón y sus actos. Y eso, como el verdadero espíritu navideño, no se compra ni se vende.





Juan Sempere Albert






