OPINIÓN

En Europa, que gane el amor

16 de junio de 2024 - 10:01
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Aquel domingo, Ella se levantó ilusionada. Era su primera vez como apoderada del partido, al que llevaba afiliada desde joven, en las elecciones europeas. La noche anterior había elegido un vestido primaveral, de elegante escote y con el vuelo perfecto para disimular sus caderas, y unos cómodos zapatos de cuña que suplementaban su estatura en unos ocho centímetros. Se vistió, se maquilló con esmero y se cepilló el cabello. Frente al espejo se veía bien, se sentía sexy. Se perfumó, tomó un café con leche rápido y salió de casa.

Ella entró en el colegio caminando con determinación. Vocales y presidente de la mesa electoral organizaban el espacio. Apenas quedaban diez minutos para las nueve de la mañana, cuando observó a un hombre, de porte elegante, presentándose. Él vestía unos Dockers beige, camisa blanca, una americana azul marino y mocasines del mismo tono azul.

Lo vio voltearse hacia Ella, atusándose la abundante cabellera azabache. Sus miradas coincidieron por unos segundos. Como a cámara lenta, ambos se escanearon de arriba abajo. Ella se detuvo en el color de su acreditación y suspiró. Él lo notó y sonrió.

Al fin abrieron las puertas y la gente empezó a cumplir con su deber social: votar para el parlamento europeo. Ella paseaba por el colegio saludando a las personas y asistiendo a aquellos que no lograban localizarse en las listas. De vez en cuando lo veía a Él hablar por teléfono o debatir con algún votante. Él sonreía de manera habitual. Su fresca risa le erizaba a Ella la piel, podía escucharla aunque estuvieran alejados y con gentío entre ellos.

Llegó la hora del almuerzo. Algunos apoderados, que ya se conocían de otras convocatorias, acordaron ir por turnos a la cafetería que había junto al colegio. Ella fue por libre. Alcanzó la barra, pidió un zumo de naranja y una tostada con tomate y aceite.

—Anda, siéntate aquí y descansa un rato. El día se hace largo…

Su corazón dio un vuelco cuando se percató de que era Él quien le hablaba. Un tímido «gracias» salió automático de su boca. Se apoyó en el taburete y, ruborizada, jugueteó con el móvil porque no sabía dónde esconderse.

—Me vuelvo al lío… ¿Prefieres que te espere? —preguntó Él con voz afable.

—No, no… —contestó Ella sonrojándose—. No es necesario, gracias.

Él se encogió de hombros y se marchó. Ella comió rápido mientras ideaba excusas o temas con los que provocar una conversación con Él. Y volvió al colegio armándose de valor para ir a saludarlo con naturalidad. Nada de eso pasó. No se atrevió a dirigirse a Él, era demasiado guapo, demasiado elegante y parecía demasiado interesante para que Él se fijara en una mujer como Ella. Además, seguro que tendría pareja. Ella no era del todo feliz con su novio, pero ya se había acostumbrado a lo malo y valoraba lo bueno.

Unas veces sus miradas coincidían. Otras, Ella lo descubría a Él recorriendo los rostros de la gente, como buscando a alguien, hasta que se encontraban visualmente; entonces Él sonreía manteniéndole la mirada a Ella. Una clara afinidad se percibía entre ellos, la atracción hacia lo interesante, el morbo por lo desconocido.

Volvieron a coincidir en la cafetería a la hora de comer. La pena es que Él no estaba solo, sino con el apoderado de otro color político más. En esta ocasión, Ella pidió un bocadillo para llevar y regresó al colegio. Transcurría la tarde y Él iba paseándose cerca de Ella. Hasta en tres ocasiones, Él se atrevió a rozarle levemente el brazo, la espalda, la mano… La tensión sexual fue creciendo.

Se cerró el colegio e iniciaron el recuento de votos. Ella no pudo copiar el trabajo de auditoría de otros apoderados, sus ojos iban en busca de Él y sus pensamientos fantaseaban con aquello a lo que nunca se atrevería: un encuentro físico. Acabado el escrutinio, mientras los demás recogían, Ella se ausentó al baño. Él salía del mismo. Ambos se detuvieron, uno frente al otro, sin mediar palabra. A Ella, miles de mariposas le revolotearon por el estómago. Él se acercó más a Ella deteniéndose a escasos centímetros de su cuerpo. Ella percibió el embriagador perfume a canela y cedro que desprendía Él. Delicado, Él le apartó un mechón de pelo de la cara, levantó su barbilla y se quedó mirándola fijamente a los ojos. Ella notaba su respiración excitada, su aliento caliente, y observó sus labios jugosos. No pudo resistirse. Cerró sus ojos aceptando sugerencias, deseando un beso que no tardó en llegar.

Eran dos extraños. Un hombre y una mujer que, de manera fortuita, estaban allí, besándose en la entrada a los baños de un colegio de Elche. Los besos llevaron a las caricias y las caricias, al deseo irresistible. Ella le penetraba la boca con su lengua anhelante de pasión desenfrenada, Él agarraba sus caderas por debajo del vestido como si no hubiera un mañana. Él recorrió con sus dedos la zona íntima de Ella, comprobando su humedad. Ella desabotonó el pantalón de Él, tratando de liberar la potencia que allí se guardaba. Fueron moviéndose hacia el interior de un váter que cerraron con pestillo tras entrar. Sobre el suelo quedó el vestido de Ella, la americana y la camisa de Él y las acreditaciones políticas de ambos: roja la de Ella, azul la de Él.

No hubo preguntas, solo sexo. Sin discusiones ni reproches, Ella ladeó sus braguitas y Él bajó su bóxer. El impetuoso deseo se transformó en ahogados gemidos de placer que nadie más escuchó. Y los jadeos y el perfumado sudor se convirtieron en un éxtasis que ninguno de los dos, a pesar de sus diferentes creencias y valores éticos, olvidaría jamás. Porque por encima de los colores hay muchas otras cosas: cosas divertidas, cosas fantásticas, cosas sorprendentes. ¿Será que en realidad no somos tan distintos? Políticos y políticas del mundo, menos crispación, menos discordia… ¡Y más amor!

Susi Rosa Egea

Escritora