Sacerdote, intelectual y párroco de Santa María durante casi dos décadas, Bernabé del Campo Latorre dejó una profunda huella espiritual y humana en Elche antes de ser asesinado en 1936, una historia que aún pervive en la memoria de la ciudad.
Caminaba una tarde cualquiera por la calle Bernabé del Campo Latorre. No iba a ningún sitio concreto, solo paseaba, que es una forma suave de pensar. Leí el nombre en la placa azul y, como me pasa a menudo, me pregunté quién había sido esa persona a la que ahora nadie parece mirar, aunque todos crucemos su calle.
El nombre era largo, serio, antiguo. No sonaba a comerciante ni a político moderno. Me dio por pensar que detrás había una historia grande, de esas que no caben en una acera. Así que llegué a casa y busqué.
Descubrí que Bernabé del Campo Latorre nació en 1884, en Gestalgar, aunque siempre fue tenido como hijo de Ayora. Sacerdote. Intelectual brillante. Doctor en Teología por la Universidad Gregoriana de Roma. Profesor, estudioso, hombre alto, educado, con gafas y una calma que imponía respeto. Pero, sobre todo, fue párroco de la basílica de Santa María de Elche durante casi veinte años, desde 1919 hasta 1936.
Leí que amaba profundamente a la Virgen y que cuidó con especial devoción el Misteri d’Elx, presidiéndolo y protegiendo su dimensión artística y espiritual. Que no tuvo afiliación política, pero sí una inclinación clara a ayudar, incluso firmando para liberar a vecinos encarcelados. Que su iglesia fue centro de fe y de consuelo hasta que llegaron los años oscuros.
También leí los versos de una amenaza infantil y cruel:
“Señor cura de este curato / si no te marchas de aquí / te mataremos como a este gato”.
Y entendí que no siempre las palabras matan menos que las armas.
Cuando estalló la violencia, huyó. Pasó por Orihuela, por pueblos pequeños, por casas prestadas. Intentó sobrevivir. No por cobardía, sino porque vivir también puede ser una forma de resistencia. Pero lo encontraron. El 18 de octubre de 1936, lo detuvieron en Valencia. Dos días después lo asesinaron en la Cruz de Paterna, junto a tantos otros. Dicen que perdonó a quienes lo mataban. Que los bendijo. Que uno de ellos, años después, le dijo a su hermana: “No llores, tu hermano me perdonó y está en el cielo”.
Cerré el móvil y volví a pensar en la calle. En sus coches aparcados, en las persianas bajadas, en la vida normal que corre por encima de nombres que fueron vida, miedo, fe, estudio y muerte. Me pareció injusto que todo eso quedara reducido a una placa que apenas leemos.
Su nombre permanece hoy ligado al barrio de Altabix, donde una calle lleva el nombre de Bernabé del Campo Latorre. Es una vía cotidiana y tranquila, en la que se encuentran espacios tan significativos para la vida vecinal como el colegio Víctor Pradera y el Centro Social de Altabix, lugares de encuentro, educación y convivencia. Allí, entre el ir y venir diario de familias, estudiantes y vecinos, su memoria sigue presente, integrada de forma silenciosa en la vida del barrio, recordando que también las calles más habituales pueden custodiar historias profundas y decisivas.
Ahora, cuando paso por allí, ya no es solo una calle. Es una pregunta contestada. Es memoria. Y pienso que quizá escribir, aunque sea esto, también es una forma de acompañar a quien no debe volver a morir en el olvido.






Iván Hurtado












