Si alguien pensaba que el fútbol español solo daba historias de barro, botas rotas y bocadillos de mortadela, la vida de José Luis Ponce viene a demostrar que también puede producir auténticos guiones de cine… y de los buenos, con acción, drama y un inesperado epílogo en los despachos.
Ponce, nacido en Zeneta (Murcia) en 1946, fue futbolista profesional en una época en la que no había redes sociales, pero sí noches largas y decisiones discutibles. Formado en la cantera del Real Murcia, empezó como delantero centro antes de acabar reconvertido en lateral derecho, una mutación futbolística bastante habitual cuando los goles no llegan pero las patadas sí.
Tras una carrera errante por equipos como el Águilas, el Ourense o el Constancia, el fútbol le sonrió en serio cuando el Elche CF decidió rascarse el bolsillo y pagar cerca de un millón de pesetas por él. Su debut fue de los que no se olvidan: Santiago Bernabéu, Paco Gento enfrente y el Real Madrid con ganas de fiesta. El Elche perdió, pero Ponce pudo contar para siempre que marcó a uno de los mejores extremos de la historia.
Después llegaron Córdoba, Calvo Sotelo y hasta una breve excursión a Canadá, donde fue entrenado por Ladislao Kubala, lo que ya da para presumir en cualquier sobremesa. Pero su gran momento llegó al volver al Real Murcia, donde fue titular indiscutible y protagonista de un ascenso meteórico desde Tercera hasta Primera División. Todo iba bien… demasiado bien.
Porque en los años setenta no solo se jugaba al fútbol. También se jugaba con fuego. La centramina, una anfetamina que entonces se compraba casi como aspirinas, corría por los vestuarios como si fuera isotónica. No había controles antidopaje ni manual de buenas decisiones. Y Ponce, que ya frecuentaba más la noche que el descanso, terminó pagando el precio.
Cuando le dijeron que el Olympique de Marsella estaba interesado en ficharlo, pensó que había tocado la lotería. Pero Francia también tiene oídos y su fama cruzó los Pirineos antes que él. El fichaje se cayó y Ponce se quedó sin equipo, sin plan y sin paciencia.
Ahí es cuando la historia se desvió definitivamente hacia el cine negro. De vuelta a España, paró en Andorra, compró una escopeta y un revólver y, junto a su pareja, decidió reinventarse… como atracador.
El 7 de octubre de 1974 entró en el Banco Ibérico de Murcia. Y, sorprendentemente, la cosa funcionó. Salió con más de un millón de pesetas y sin que nadie le pillara. Durante unos días, Ponce se sintió más listo que Filemón, más audaz que la policía y convencido de haber encontrado su verdadera vocación.
El problema es que el dinero duró lo mismo que un disfraz barato.
El problema es que el segundo atraco fue más de Mortadelo y Filemón que de Hollywood.Decidió repetir jugada el 23 de diciembre en la Caja Rural de Orihuela. Y ahí la historia pasó definitivamente del cine negro al tebeo.
Los empleados pensaron que las armas eran falsas y se le abalanzaron. Hubo golpes, forcejeos y culatazos. Ponce salió con el botín, sí, pero también con la cara abierta y sangrando, como si acabara de caerse por una escalera dibujada por Ibáñez. El forajido elegante había mutado en personaje de viñeta.
En la huida intentó quemar el coche para borrar pistas, pero antes se quitó el maquillaje. Error clásico de Mortadelo. Unos niños lo reconocieron y dieron la descripción exacta a la policía. El disfraz había funcionado… hasta que dejó de hacerlo.
La orden policial fue clara: “Si lleva una herida en la mejilla, lo detenéis. Y si no, decidle que vais a felicitarle las Pascuas.” La policía lo detuvo pocos días después en Córdoba. Fin de la película… o eso parecía.
Ponce pasó seis años en Carabanchel, tiempo suficiente para pensar, arrepentirse y, sobre todo, planear la siguiente reinvención. Y lo logró. Al salir de prisión volvió al fútbol, esta vez al otro lado del mostrador: se convirtió en representante de jugadores y llegó a trabajar nada menos que con David Vidal, uno de los entrenadores más carismáticos, explosivos y verborréicos que ha dado este país.
De marcar a Gento a atracar bancos, y de ahí a representar a David Vidal. La carrera de José Luis Ponce no la iguala ni el mejor biopic de Netflix. Porque en el fútbol español, como en la vida, nunca se sabe cómo acaba el partido… ni en qué despacho.





Iván Hurtado






