Hace unos días comenzamos la cuenta atrás para el décimo aniversario del Día Nacional de las Lenguas de Signos Españolas, que inició su celebración en 2014, coincidiendo con el aniversario de la fundación de la CNSE, la Confederación Estatal de Personas Sordas de España. En esta ocasión tan trascendental para la comunidad sorda he necesitado guardar un momento de reflexión sobre mi experiencia personal de esta última década.
Comienzo mi retrospectiva cuando, recién cumplidos los 18 años y con muchas ganas de continuar mi aprendizaje tras finalizar el bachillerato, me inscribí en el CFGS de intérprete de lengua de signos. Siendo una persona sorda mi curiosidad por la lengua de signos resultaba orgánica y natural pero, hasta ese momento, mis conocimientos se limitaban a poco más que algunos signos aprendidos por internet. No podía imaginar en aquel momento la repercusión que zambullirme en el aprendizaje de una nueva lengua tendría en mi vida y como la transformaría por completo.
Los primeros meses supusieron una vorágine de autodescubrimiento y revelaciones: relacionarme con más personas sordas que compartían mi situación e inquietudes, acceder a recursos que antes me parecían inaccesibles y cambiar el esfuerzo constante de leer las palabras en los labios de cada persona por un intercambio de información basado en una lengua que elimina las barreras auditivas. Mi descubrimiento abrió ante mí nuevos caminos y modificó de forma indeleble una visión del mundo que, hasta ese entonces, se encontraba focalizado en el terreno auditivo. El mundo para el cual no necesitaba adaptarme se presentaba ante mis ojos, permitiendome ser quien realmente soy. En el viaje que comencé para descubrir una nueva lengua, me reencontré conmigo misma.
La euforia de mis recientes revelaciones personales me ayudaron a involucrarme de forma mucho más entusiasta con la comunidad sorda. Recuerdo vívidamente mi participación como voluntaria en la Associació de Persones Sordes del Baix Vinalopó i d’Elx (APESOELX), durante aquel primer Día Nacional de las Lenguas de Signos Españolas (DNLSE) preparamos diversas actividades a pie de calle destinadas a dar a conocer la lengua de signos. Las personas se acercaban tímidamente con mirada curiosa, algunas exudaban las ganas de aprender y en otras se vislumbraba la sombra del escepticismo en su mirada pero nosotras lo enfrentamos con entusiasmo y determinación por celebrar y difundir nuestra lengua. No tardé en entender que cada mirada curiosa ya suponía un éxito. A pesar de suponer algo tan breve como un día al año, si nuestro esfuerzo únicamente diese lugar a que el transeúnte interesado comparta su breve interacción con la lengua de signos en la sobremesa de la cena ante su familia, supone una victoria para el conocimiento, para el descubrimiento de nuevas forma de interactuar con el mundo, una batalla ganada a la incertidumbre de lo hasta ahora desconocido que planta la semilla del entendimiento intercultural, lista para germinar en el sustento de mentes curiosas que desean acercarse a las diversas formas que existe de ver este gran mundo en el que vivimos. Al final de ese día me di cuenta de que, si podía llegar aunque solo fuese a una sola persona y ayudarla a evitar algunas de las barreras a las que yo me enfrenté, sería el mayor éxito que pudiese imaginar.
A lo largo de estos diez años, he tenido el privilegio de conocer a incontables personas con las más diversas situaciones y me sentiría honrada de que mi experiencia y esfuerzo haya supuesto un pequeño apoyo para ellas, igual que el de muchas otras lo supuso para mí. Uno de estos casos que quedó grabado a fuego en mi corazón es el de una joven madre con un bebé recién diagnosticado con sordera. Se acercó a nosotras en la plaza del centro de San Fermín en Chimeneas, donde teníamos el stand ese año. Después de hablar y resolver sus dudas, vi cómo su rostro pasaba de la incertidumbre a la esperanza, comprendiendo que su hijo podría llevar una vida completamente digna y feliz pese a las barreras que encontramos en el día a día. Este encuentro reafirmó en mí la importancia de tener modelos a seguir y me proporcionó unos pilares sobre los cuales trataría de construir mis objetivos personales y profesionales, sustentados en la empatía y la esperanza pero enfatizando que la lengua de signos no es la alternativa para quien no tiene opciones, supone la aventura de quien desea cambiar sus gafas para descubrir una nueva imagen con las lentes de una cultura diferente.
Podría contar innumerables historias de esta década en la que he aprendido y crecido junto a muchas otras personas trabajando con una lengua que ha transformado mi vida. La pérdida auditiva lleva demasiados años asociada a la vergüenza y se afronta con reticencia, ante ello, nosotras seguiremos esgrimiendo con orgullo nuestra bandera lingüística para que su sombra arrope a todos los valientes que quieren descubrir nuevos mundos y luchar por la igualdad. Espero que este año nos acompañéis y que, con el tiempo, la Lengua de Signos gane mayor reconocimiento y visibilidad, permitiéndonos vivir sin barreras y expresarnos libremente en nuestra lengua natural.