OPINIÓN

Impresiones de un pasado (VIII)

09 de junio de 2024 - 09:45
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La Historia de los apellidos viene reflejada como bien se sabe a lo largo de muchas centurias, y es a través de éstos como llegamos a conocer tanto el origen geográfico del mismo como lo que nos han ido legando a lo largo de los tiempos. Ya desde época romana las fuentes nos hablan de los Sertorios, los Graco, Escipiones y así hasta un largo etcétera, para poder reconocer cuando ya la mente no recuerda el origen de las familias, clanes o algún tipo de lazo parental. Ahora bien, hubo dinastías que quisieron borrar su herencia directa bien porque no les interesaba o bien porque no querían pasar a la Historia por ser hijos de. A ese fenómeno le llamaron Damnatio Memoriae, que con los pocos conocimientos de latín que poseemos, podemos descifrar que significa borrar u olvidar de la memoria.

No entendiendo los motivos por los que se quiere renunciar a los antepasados de cada uno, debemos saber aprender a convivir con lo bueno y lo malo que nos legaron los mayores, ya que si renunciamos a una parte de nuestro pasado estaríamos malinterpretando la Historia y como consecuencia directa no estaríamos siendo fieles a la hora de contar un determinado acontecimiento de nuestro pasado más remoto. Así que, como bien dice la liturgia católica, “para lo bueno y para lo malo, la salud o la enfermedad, la pobreza o la riqueza”, no debemos renunciar a lo nuestro ya que perderíamos nuestra propia identidad. En la Edad Media fue cuando más se consolidaron el praenomen y el cognomen latinos, y ya es en la Edad Moderna cuando nos encontramos en nuestro amado ELCHE con los Gutiérrez de Cárdenas, los Perpiñán, los Caro, Roca de Togores, Santacilia, Serrano, Ruiz y Guillén.

Apellidos de ilustres ilicitanos que repoblaron la Ilici romana fueron yendo y viniendo a lo largo de los siglos, algunos ya desaparecidos, salvo en las fachadas de nobles viviendas con sus escudos heráldicos, y otros, que aún conviven con nosotros como es el caso de los Tormo, Campello, Tarí, Navarro, Amorós, Alonso, Antón Brú, Torres, Pastor, Miralles, Valls, Rodríguez, Gomez, Orts, Brufal, Castaño, Fenoll, Ibarra, Macià, Pomares, Ripoll, Sempere, Urbán, Vaello y Valero, por citar a algunos.

Muchas de estas familias, y a lo largo de las últimas centurias, han ido trabajando por y para su terruño, por y para su patria chica. Ya sea desde puestos y cargos de responsabilidad, o bien, siendo obreros en las fábricas, agricultores y ganadores en el camp d’Elx, siempre trabajaron acreditando que eran laboriosos, emprendedores y gentes que renunciaron a muchos de sus sueños para poder sostener a sus familias. Ese legado nos queda de ellos, siempre deberíamos estar orgullosos de haber recibido esa genética y ese ADN que nos hace ser lo que somos, porque no prolongando su huella en el presente inmediato, estamos borrando su vida y con ella los recuerdos que nos transmitieron generación tras generación.

Cuiden de los suyos, con amores correspondidos o no, mantengan viva la llama de la familia, ese núcleo central tan importante del día a día, la sociedad cambia a pasos agigantados, y nosotros con ella, pero los vínculos que nos unen a la tierra debemos cuidarlos muy bien.
El pasado 15 de mayo celebramos el Día Internacional de las familias, acordado por la ONU desde 1993.

Aunque ya no esté de moda el visitar los campos santos entre la generación Millennials, deberíamos acudir a nuestros cementerios, tanto el Viejo( Virgen de la Asunción), inaugurado en 1811 con mítico de un brote de fiebre amarilla como el Nuevo (San Agatángelo), por tradición, respeto o bien por encontrar un punto de paz y encuentro.Porque como decía Becquer, “¡ Dios mío, qué solos se quedan los muertos!”