OPINIÓN

Jugar con la tradición


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Federico Buyolo
19 de agosto de 2024 - 13:24

Aunque mi trabajo está ahora en Madrid, vuelvo a Elche cada verano para disfrutar de las fiestas y vivir en primera persona la expresión de la cultura de un pueblo bimilenario. Sobre las fiestas ahora hablaremos, pero no quiero dejar pasar una anécdota que me ha dejado algo que pensar.

El día de la Virgen, en uno de los Racó de un medio de comunicación, un periodista joven, que no conocía de mi experiencia municipal y política, me preguntaba que como se viven las fiestas mejor si desde la responsabilidad política o desde la de un ciudadano de a pie. Hasta aquí nada extraño, lo sorprendente fue su coletilla “contéstame desde la sinceridad”. Es preocupante que cuando hablamos con un político (aunque en mi caso hace ya más de dos años y medio que dejé mis responsabilidades políticas) la duda sea la premisa.

Estoy seguro de que esta fama es merecida, unas veces por malas acciones, otras simplemente por falta de rigor en las propuestas, ideas, pero, sobre todo, por hacer lo contrario de lo que se dice. George Lakof, en 2008 escribió en su libro Puntos de reflexión que el problema de las declaraciones políticas radica en una mala utilización del lenguaje, interesa más que la frase suene bonita que realmente diga lo que se quiere
decir. Mi buen amigo Javier Gomá y Pedro Vallín acaban de publicar un libro, que les recomiendo encarecidamente, con el título Verdades penúltimas. Gomá defiende que la democracia es un sistema imperfecto de verdades penúltimas que no busca la perfección, sin embargo, nuestros dirigentes aspiran a una perfección imposible para la que se valen de utopías lingüísticas bonitas, pero irreales.

Cuando leí que el alcalde había decidido que esta iba a ser la cohetá más impresionante de las fiestas, pensé (como a todos los que nos gusta el ruido en las fiestas) que era fantástico. Hasta que llegó el día, o mejor dicho la noche, y vivimos la peor Nit de l’Albà que recuerdo.

La alborada es la expresión de nuestro pueblo. Es un clamor que vemos y sentimos por los cuatro costados. Es la elegancia de las palmeras de tronco dorado y el color que ilumina las terrazas de los edificios. Es sentir como, poco a poco, llega la hora de que te estalle el corazón con la cohetá, que te deje en el punto álgido para esperar la música del Gloria Patri. No poder dejar de mirar al campanario de la Basílica de Santa María esperando el momento que aparece la llama. Escuchar el sonido de los 1.080 cohetones surcando el cielo oscurecido para que, por unos segundos, Elche se ilumine con la ilusión de un pueblo que al cielo mira.

Esto es nuestra Nit de l’Albà. Por desgracia, lo vivido este año, es un ejemplo más de los caprichos de grandeza de aquellos que buscan su perfección a base de abundar en el error.