En la ciudad de Elche, el almendro ocupa un lugar destacado tanto en el entorno natural como en la economía agrícola de la región. Sin embargo, este árbol de secano se enfrenta a desafíos significativos debido a la sequía. Jorge Olcina, Catedrático de Análisis Geográfico Regional en la Universidad de Alicante, analiza cómo la escasez de lluvias impacta este cultivo y plantea soluciones para mitigar los efectos de este fenómeno natural que amenaza la sostenibilidad agrícola en el sureste peninsular.
Los problemas de la sequía
La escasez de agua supone un problema recurrente para los agricultores de almendros en Elche. Olcina explica: “El almendro es un cultivo muy sensible a la sequía, a la falta de agua. Es verdad que es un cultivo de secano, pero le afecta bastante la escasez de precipitaciones. Y, por tanto, los años en los que hay sequía desciende la producción o incluso llega a desaparecer”.
Esta situación es especialmente crítica en una ciudad como Elche, donde las lluvias son escasas y los recursos hídricos limitados. “La provincia de Alicante es una provincia donde no sobran los recursos de agua, donde no llueve de forma abundante”, puntualiza Olcina. Años extremadamente secos, como 1995, evidencian esta vulnerabilidad: “Ese año fue sequísimo en la provincia de Alicante y los almendros prácticamente en muchas comarcas se quedaron sin producción”.
La adaptación del almendro
A pesar de estas dificultades, el almendro ha mostrado una notable capacidad de adaptación a las condiciones térmicas del Mediterráneo. “El almendro se adapta muy bien por condiciones térmicas al territorio de la provincia de Alicante, pero es verdad que los años secos padecen esas reducciones de cosecha cuando no deja de haber cosecha”, destaca Olcina. Sin embargo, esta adaptación tiene límites.
“El almendro puede resistir perfectamente a precipitaciones de 200-250 litros por metro cuadrado al año, pero cuando las lluvias bajan de ese umbral, entonces empiezan los problemas de pérdida de producción. Si el año es muy seco, por debajo de 150, incluso de 120 litros por metro cuadrado, se pierde la cosecha de ese año porque no se produce”, afirma el catedrático. La falta de humedad necesaria impide el desarrollo del fruto, dejando a los agricultores sin producción.
Además, el cambio climático está alterando los ciclos naturales del cultivo, adelantando la floración de los almendros a meses inusualmente tempranos. “La floración se produce a partir de febrero, aunque con el cambio climático se está adelantando prácticamente al mes de enero, o incluso en algunas comarcas empezamos a tener almendros en flor ya en diciembre, a la segunda quincena de diciembre.”
Sin embargo, estas alteraciones traen consigo nuevos riesgos. “Lo que resulta muy perjudicial para el almendro es que cuando ya empieza a aparecer el brote de la almendra, del fruto, venga un frío tardío, de marzo o de abril, porque eso puede acabar con la cosecha. Lo que se llaman heladas tardías, lo que hacen es que queman por frío el brote que está en fase germinal y deja de tener producción durante ese año.”
El rol de la primavera y el verano
Para que el almendro tenga una cosecha óptima, es esencial que las estaciones climáticas cumplan con ciertos requisitos. Según Olcina, “Conviene que la primavera sea húmeda para que pueda almacenar agua suficiente el árbol de cara al verano. Sabemos que los veranos mediterráneos son secos, con muy poca precipitación, pero esa sequedad favorece que el fruto del almendro cuaje, adquiera sus propiedades de dulzor y de concentración de azúcares importantes para una buena cosecha.”
No obstante, las altas temperaturas extremas pueden ser perjudiciales. “Últimamente estamos teniendo veranos muy calurosos con olas de calor frecuentes e intensas, y eso también perjudica al almendro. El calor no tiene que ser excesivo para que la cosecha tenga calidad.”
Estrategias para combatir la sequía
La escasez de agua en Elche requiere una gestión planificada y diversificada de los recursos hídricos. “La falta de precipitaciones se puede solucionar mediante la planificación hidrológica, es decir, territorios que en general reciben poca precipitación y tienen pocos recursos de agua, como ocurre en el sureste peninsular”, explica Olcina.
Entre las soluciones destaca la necesidad de recurrir a diferentes fuentes de agua: “Territorios como este tienen que planificar el agua basándose en recursos diversos para que no falte agua si alguno de ellos entra en crisis. Por ejemplo, si no llueve mucho y se utilizan aguas de ríos o aguas de acuíferos, hay que tener previsto también soluciones alternativas, como pueden ser la utilización de aguas depuradas o incluso de aguas desaladas.”
Históricamente, el sureste peninsular ha mostrado una gran capacidad de adaptación. “A lo largo de la historia ha sabido adaptar sus necesidades a los recursos existentes. Pero desde los años 60, con el desarrollo económico moderno, ha crecido mucho la superficie cultivada y también la demanda urbano-turística. Eso ha puesto en jaque los recursos disponibles para atender tanta demanda”, advierte Olcina.
Un cultivo que resiste, pero con límites
El futuro del almendro en Elche dependerá de cómo se gestionan los recursos hídricos y de la capacidad de adaptación al cambio climático. Como señala Olcina: “La falta de lluvias y las condiciones de aridez que tiene el sureste peninsular se tienen que planificar con mucha antelación para evitar que falte agua.”
La diversificación de recursos, la mejora en la eficiencia del uso del agua y la integración de tecnologías como la desalinización y la depuración serán esenciales para garantizar la supervivencia de este cultivo emblemático en una región donde el agua es cada vez más escasa.