Los ilicitanos lo tenemos fácil: basta con subirnos al coche, seguir la N-332 y, en menos de lo que dura un podcast, llegamos a uno de los rincones más espectaculares de nuestra costa. La playa de Les Pesqueres – El Rebollo, entre La Marina y Guardamar, es mucho más que un sitio para poner la toalla: es un pequeño mundo donde las dunas, los pinares y el mar forman un paisaje que cuesta creer que esté tan cerca de casa.
La zona más próxima al Camping Internacional La Marina es perfecta para un día cómodo: una pasarela de madera te lleva directa a la arena, hay chiringuito para el aperitivo, baños, vigilancia marítima y un aparcamiento no vigilado para dejar el coche sin complicaciones. Todo ello con el sello de Bandera Azul, garantía de aguas limpias y entorno cuidado.
Pero si eres de los que no se conforman, camina hacia el sur y descubrirás otra cara: la playa virgen. Aquí no hay servicios, ni rastro de chiringuitos, ni nada que te recuerde a la ciudad. Solo arena dorada, dunas móviles y fijas, pinares que huelen a verano y plantas como el cardo marino o la grama marina, adaptadas a sobrevivir en este ecosistema único. Todo ello protegido como Lugar de Interés Comunitario (LIC) y microreserva por la Red Natura 2000.
Y ojo, porque no estás solo: esta playa es refugio de aves como el zarapito o el charrán patinegro, y en las zonas más tranquilas no es raro ver algún conejo despistado. El silencio aquí es de verdad: nada de motores, solo el mar y el viento moviendo la arena.
Para los ilicitanos, Les Pesqueres – El Rebollo es esa escapada fácil que lo tiene todo: cerca, accesible, con opciones para quienes buscan comodidad y con un tramo salvaje para quienes quieren desconectar por completo. Una playa que, más que visitarla, se vive.
Si quieres, puedo hacer una versión pensada para un suplemento local de Elche con recuadros de historia, consejos de acceso en autobús y hasta curiosidades ecológicas.






Iván Hurtado











