El otro día, paseando por San Antón, me encontré con una calle que me hizo detenerme en seco: Pintor Benedicto. A primera vista pensé que se trataba de algún pintor local poco conocido, pero nada más lejos. El nombre de esa placa en realidad rinde homenaje a Manuel Benedito Vives, y lo correcto es escribirlo sin “c”. Se trata de un pintor valenciano que nació en 1875, discípulo de Joaquín Sorolla y uno de los artistas más reconocidos de su tiempo. Su obra recorrió museos y exposiciones de medio mundo y retrató a personajes de la talla de Alfonso XIII o Concha Piquer, aunque en Elche dejó una huella muy distinta y mucho más íntima.
La sorpresa fue descubrir que Benedito no era un simple visitante ocasional, sino alguien que quedó profundamente ligado a la ciudad. Su vínculo con Elche nace de su fascinación por el Misteri y por el Palmeral, dos símbolos que lo atraparon desde su primera visita y a los que dedicó palabras de defensa y reconocimiento cuando todavía no tenían el estatus universal que hoy ostentan. En 1941 participó como jurado en los carteles de las fiestas, y en 1953 asistió a una representación del Misteri que lo conmovió tanto que lo convirtió en un embajador de esta tradición fuera de nuestras fronteras.
Ese cariño no fue unidireccional. Elche le devolvió el afecto y en 1954, bajo el mandato del alcalde Tomás Sempere Irles, lo nombró hijo adoptivo de la ciudad. Con ese gesto se reconocía no solo al pintor de renombre internacional, sino al hombre que había sabido entender y valorar lo que hace único a este rincón del Mediterráneo. Benedito se convirtió así en un aliado imprescindible para que el Misteri y el Palmeral fueran mirados con el respeto y la admiración que merecen.
Resulta curioso que este homenaje aparezca precisamente en San Antón, un barrio que guarda tanta historia como heridas abiertas. Entre sus calles resuenan nombres antiguos que recuerdan acequias y tradiciones ilicitanas, pero al mismo tiempo se levanta un paisaje de casas abandonadas y solares vacíos que invitan a pensar en lo urgente que resulta intervenir antes de que la memoria se derrumbe. En medio de esa mezcla de pasado y abandono, la calle dedicada a Manuel Benedito funciona como un recuerdo de que el urbanismo no es una reliquia estática, sino una responsabilidad viva.
Por eso, cuando uno se cruza con el rótulo den ruinas de Pintor Benedicto, lo que aparece no es un pintor fantasma de barrio ni un apellido mal escrito, sino la memoria de Manuel Benedito, un valenciano universal que supo mirar a Elche con ojos de enamorado. Y que, gracias a ese vínculo, se ganó un lugar entre los suyos como un ilicitano de adopción.






Iván Hurtado











