Ningún nacido en nuestra querida tierra de palmeras pondría en duda el arraigo histórico y cultural que aún hasta día de hoy permanece de aquella antigua villa ilicitana. El buen hacer de nuestros entes festeros y asociaciones locales ha hecho posible que los ciudadanos del siglo XXI gocemos de un amplio y diverso abanico de acontecimientos culturales desde que comienza el año hasta finales. Me llena de orgullo poder dedicar unas líneas a uno de los momentos del año que, como yo, muchas de las personas vivimos con pasión y sentimiento: nuestra Semana Santa.
Esta centenaria tradición es claro ejemplo y demostración de la implicación de nuestros hermanos, hijos de una misma ciudad, para con sus costumbres. El esfuerzo y el trabajo de todo un año queda impregnado en cada detalle que podemos observar por las calles desde Domingo de Ramos hasta Resurrección. Todo está medido y nada es cuestión del azar, pues somos los ilicitanos e ilicitanas los que velamos por las representaciones de Nuestro Señor y María Santísima para que evangelicen las calles de nuestro pueblo. Esa labor queda recompensada con cada lágrima o cada emoción que vive un fiel cuando ve a su Virgen caminar por Elche o cómo se llena nuestra Plaza de Baix para contemplar los tradicionales encuentros. Todo este compendio de buen hacer, cariño y amor consigue de nuestra Semana Santa un evento señero de nuestro cartel de tradiciones locales y siempre representado por la que es protagonista: nuestra palma blanca.
Cada Domingo de Ramos Elche se tiñe de blanco para demostrar una vez más que somos un pueblo unido. Las familias ilicitanas, ropa nueva y palma en mano, toman rumbo hacia el paseo de la estación pues saben que es el día en que el Nazareno entra a la Jerusalén del levante. Nuestros artesanos locales han dejado su piel durante meses en la hechura de la señorial palma que adorna los balcones de toda España, de reyes y duques. Pues por ello se nos conoce, la ciudad de las palmeras, ese es nuestro símbolo y nuestra alianza. Qué mayor orgullo que recibir al que será Salvador con lo que nuestros abuelos cuidaron y mimaron, lo que no falta en cada huerto ilicitano: la palmera. Quien me lea lo entenderá pues no hay olor comparable al de Domingo de Ramos, ese olor que baña las calles y que te hace saber que empieza una nueva semana grande.
Desde Domingo de Ramos por la tarde ya podemos disfrutar de otro gran símbolo de unión como pueblo, nuestras cofradías y hermandades. Los desfiles procesionales son solo una pequeña parte de todo el trabajo que los fieles han estado realizando incansablemente durante el año y especialmente en las últimas semanas de Cuaresma. Representación de labor altruista que busca un único fin, la evangelización del pueblo cristiano. Gracias a los grupos de hermanos, priostías, nazarenos, mantillas, pertenecientes a bandas o costaleros podremos ver la encarnación de Dios ante nuestros ojos o desde nuestro balcón. Viviremos de cerca cuáles fueron los momentos previos a su pasión o lo veremos a Él caminar con la cruz al hombro ensalzado sobre madera o pan de oro. Seremos testigos de su crucifixión y su calvario. Tras sus pies, podremos detenernos ante su Madre, aquella que camina bajo palio con paso sereno o apresurada por llegar a su hijo. Finalmente, presenciaremos su muerte y su sepulcro; y será un Guió enlutado el que todo el pueblo de Elche espera para conocer su fortuna durante el próximo año.
«No busquéis entre los muertos al que vive. ¡Ha resucitado!». Mas no es dolor todo lo que esta semana nos depara, el Domingo de Pascua llega con un anuncio de esperanza para los cristianos, una vida nueva. Termina la Semana Santa y las calles de Elche se visten de color por otro de nuestros grandes símbolos: la Aleluya. Estos pequeños papelitos coloreados no son simples estampitas, son representaciones de la alegría del pueblo ilicitano. Todos hemos sentido ese cosquilleo cuando éramos niños y deseábamos que llegara este día para subir al balcón más alto y sacar todas nuestras fuerzas y lanzar con gozo las que visten de arco iris nuestro cielo, para volver a reafirmar que Jesús ha resucitado.
Y cuando esta semana termina me vuelvo a hacer la misma afirmación de siempre: “Mi ciudad no tiene parangón”. La Semana Santa es otro ejemplo más de la cultura que nos caracteriza, una tradición diversa e inclusiva que añade una razón más al sentir como ilicitano. Es por esto que Elche se hace una parada imprescindible entre nuestros alrededores. Desde mis líneas pedir que sigamos luchando sin descanso por aquello que sentimos como nuestro y que participemos para mantener vivas nuestras tradiciones que hacen de la ciudad que nos ha visto nacer un Elche más unido.