El catedrático del Área de Ecología de la Universidad Miguel Hernández de Elche (UMH) José Antonio Sánchez Zapata ha participado en un estudio internacional que identifica, por primera vez a escala global, umbrales críticos de pérdida de biodiversidad en ecosistemas áridos. El trabajo, liderado por el investigador del Departamento de Ecología de la Universidad de Alicante Jon Morant, ha sido publicado en la revista científica de referencia Ecology Letters.
La investigación analiza la riqueza taxonómica y trófica de organismos que abarcan desde bacterias hasta mamíferos, a lo largo de 290 ecorregiones áridas del mundo. Los resultados muestran que la pérdida de biodiversidad no es progresiva ni constante, sino que responde a ciertos umbrales de aridez situados entre 0.45 y 0.95 en el índice global. A partir de estos valores, la diversidad puede descender entre un 19% y un 54%, según el grupo trófico afectado.
Además, el estudio destaca que la presión humana, el cambio climático y las alteraciones en el uso del suelo agravan estas pérdidas, comprometiendo la estabilidad y los procesos ecológicos que sostienen estos hábitats.
“La productividad primaria y la riqueza de especies vegetales pueden actuar como amortiguadores, ayudando a mitigar los efectos negativos y favoreciendo la recuperación y conservación del medio”, explica Morant.
Los ecosistemas áridos ocupan aproximadamente el 41% de la superficie terrestre y albergan entre el 30% y el 40% de la biodiversidad global. Su importancia ecológica y social es enorme: no solo sostienen una parte crucial de la vida del planeta, sino que proporcionan servicios ecosistémicos fundamentales, desde la regulación del clima hasta la provisión de recursos para millones de personas.
El estudio subraya especialmente el papel de la vegetación. El número de especies vegetales está directamente relacionado con la funcionalidad de estos ecosistemas y con su capacidad para resistir procesos como la desertificación y los efectos del calentamiento global. Las zonas áridas funcionan también como refugios biológicos, albergando especies altamente adaptadas que no se encuentran en otros biomas y que representan un valioso reservorio genético.
Los autores advierten que, ante el aumento previsto de la aridez debido al cambio climático, es imprescindible reducir las presiones antropogénicas y promover acciones de restauración ecológica.
“El fortalecimiento de estas áreas con medidas de conservación y restauración es crucial —señalan los investigadores—, no solo para mantener su biodiversidad única, sino también para asegurar la provisión continua de servicios ecosistémicos que benefician tanto a la naturaleza como a las comunidades humanas que dependen de ellas”.
Este trabajo aporta información clave para la gestión de algunos de los ecosistemas más frágiles del planeta y establece una base científica sólida para diseñar estrategias de conservación más eficaces en un contexto de creciente desafío ambiental.






Iván Hurtado











