OPINIÓN

Caprichos del destino II


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Susi Rosa Egea
12 de agosto de 2024 - 11:07

David y Rosa fueron amigos inseparables durante su primer año universitario. Se distanciaron por el miedo a enamorarse, a confundir sexo y amor verdadero. Años más tarde, David y Rosa coincidieron en un reencuentro de antiguos alumnos, momento que aprovecharon para superar asignaturas pendientes. Tras una gozosa noche, resolviendo tensiones sexuales, cada uno siguió con su vida: Rosa volvió a Inglaterra, donde trabajaba para un importante gabinete de prensa; en Elche, David se casó y consolidó su trayectoria profesional formando parte del equipo asesor de un importante partido político.

¿Quién les iba a decir, a David y a Rosa, que el destino volvería a cruzar sus caminos? Era agosto cuando el milagro se produjo. Rosa regresó a Elche para disfrutar de sus vacaciones y, por sorpresa, coincidió con David en Santa Pola, donde este veraneaba. Esa noche ella se disponía a deleitarse con la espectacular lluvia de estrellas o lágrimas de San Lorenzo junto a su grupo de amigas de siempre; él caminaba, de casualidad, junto al terreno donde varios cientos de personas se congregaban para el evento nocturno, paseando a su perro.

—¿David? —preguntó ella tímida, bajo la vaporosa luz de una farola, cuando se dirigía al coche de su amiga a por una rebeca.

—¡No me digas! ¡Qué fuerte! ¡Pero, ¿qué haces tú por aquí?! —exclamó él entusiasmado.

—Ya ves…

Ambos quedaron en silencio, observándose, tratando de corroborar que se trataba de la realidad y no de un sueño.

—¿Cuántos años han pasado desde la última vez? ¿Diez? —preguntó él, incrédulo aún.

—Doce… ¿Cómo te va? ¿Qué es de tu vida? —enfocó ella el tema.

—Bien, bien…

—¿Te casaste? ¿Tienes hijos?

—Sí, sí. Me casé, con mi novia… Una niña preciosa, de nueve añitos ya…

—¡Oh, David! ¡Cómo me alegro! —expresó ella sincera.

—Bueno, ahí vamos…

—Y, ¿el trabajo? ¿Eres feliz?

Él calló, agachó la mirada. La aparición de una estrella fugaz les ayudó a conectar de nuevo con el acontecimiento casi mágico de su reencuentro.

—Feliz… Se puede decir que sí. Me va bien en el trabajo, tengo una familia, me encanta vivir en Elche…

—Bueno… ¡Pues me alegro mucho por ti! —afirmó Rosa encogiéndose de hombros—. ¡Vuelvo a lo mío! ¡A mirar al cielo y a pedir deseos! —exclamó con una risilla nerviosa, dispuesta a emprender el paso.

—Me alegra mucho verte otra vez. Y saber que estás bien… —quiso despedirse él ofreciéndole la mejilla para los dos besos de rigor.

Lo que Rosa no imaginaba era que, después del festival estelar que había pasado pensando en David y con una especie de nudo en el estómago, fruto del encuentro inesperado, este la estaría esperando. La gente se despedía mientras las amigas de Rosa proponían ir a tomar unas cervezas.

—¡Chicas! Si son cerca de las dos de la madrugada. A estas horas, ¿qué puede quedar abierto?

—¡Nada! Será mejor que nos vayamos cada una a su casa, ¡y mañana quedamos temprano para ir a El Carabassí! —acordaron.

David aguardaba, ya sin el perro, cerca del coche de su amiga. Cuando Rosa lo vio, sintió un vuelco en el corazón. «Vuelvo enseguida. Id montándoos. No tardo», comentó a las chicas acercándose a David.

—¿Ocurre algo? ¿Estás bien?

—Ocurre que me apetecía volver a verte. Hablar un rato contigo… Si tú quieres, claro… —confesó con melancolía y mirada enigmática.

Rosa se giró hacia el coche de su grupo.

—No te preocupes, yo te puedo llevar a Elche, más tarde… —adivinó él.

Rosa se despidió de sus amigas y sintió como David la abrazaba con pasión mientras sus amigas se marchaban.

—Rosa… Te he echado tanto de menos… —le susurró al oído—. Parece que nunca te has ido…

Ella lo besó con ímpetu, lo agarró del pelo y se pegó a su cuerpo tratando de sentir el calor de David. Estaban en plena calle, una calle tenuemente alumbrada por farolas, de madrugada.

—Tengo el coche ahí delante. Vamos… —propuso él.

David guardó en el maletero la silla de niño que llevaba en los asientos traseros, le abrió la puerta del copiloto a Rosa y emprendió la marcha hacia un lugar más íntimo.

Hicieron el amor en el coche, como pudieron, David sentado y Rosa encima de él a horcajadas. Fue sexo rápido y profundo. Excitante. Morboso. De abundantes gemidos y suspiros. Con tanto cariño y tanta intensidad que los dejó exhaustos. Tras unos minutos dándose besos y abrazos, cuando parecía que la excitación volvía a crecer, David dijo:

—¿Te llevo a Elche? Debo de regresar a casa antes del amanecer…

—¿Qué pasa, David? ¿Qué es esto que tenemos?

—No lo sé. Solo sé que te quiero. Siempre te he querido, Rosa. Lo tengo más que claro.

—Pero, ¡no puedes decirme esto ahora! ¡Estamos casados, por Dios, David! ¡Tú tienes una hija!

Él se limitó a bajar la mirada, un gesto de derrota, de haber dejado ir oportunidades, de fracaso existencial. Ella le pidió que la llevara de vuelta. No hablaron hasta llegar a casa de los padres de Rosa, donde ella se alojaba.

—Sabes que esto no está bien. Tú eres feliz con tu vida. Yo…

—¡Y una mierda feliz! ¡¿Qué es la felicidad?! ¿Trabajar? ¿Estar casado? ¿Una patética vida rutinaria? Siempre lo mismo… Hay siempre lo mismo en mi vida. Cada día es igual al día anterior…

Se hizo un silencio. Rosa estaba sorprendida por la reacción de su amigo. Transmitía frustración, acomodamiento, resignación…

—Y tú, ¿eres feliz con tu vida? —preguntó él escapando de su victimismo.

—No lo sé, David. Hace tiempo que ni me lo planteo. Solo vivo. Me dejo llevar… Claro que no a este nivel… —sonrió—. Pasado mañana vuelvo a Londres. Anota mi e-mail. Escríbeme. A lo mejor podemos retomar nuestra amistad. Quizás te pueda ayudar con esa infelicidad que hay en tu vida…

Se dieron un abrazo. Prometieron no dejar pasar otros doce años sin estar en contacto y se besaron para firmar el compromiso. Un beso largo que les hizo marchar, de nuevo, con el calor entre las piernas.

Susi Rosa Egea

www.susirosa.es