La designación de Mario Vaquerizo como pregonero de las Fiestas de Elche ha desatado, como era de esperar, una pequeña tormenta en redes sociales y ciertos círculos de opinión locales. Opinadores habituales, esa especie de notarios morales autoproclamados, han salido a dictar sentencia como si fueran los guardianes de una supuesta pureza cultural ilicitana. Y digo “supuesta” con intención, porque lo que en realidad destilan muchos de esos discursos es una mezcla de clasismo, rigidez ideológica y una visión bastante estrecha de lo que debe ser —o no— la cultura y la fiesta.
Quiero dejar claro desde el principio que no me estoy refiriendo a todos aquellos ciudadanos que, legítimamente, han expresado su opinión —a favor o en contra— sobre la elección. Hablo de los que, año tras año, se erigen en una especie de aristocracia paleta, con vocación de dictadores culturales, y que creen tener la autoridad para decidir lo que es digno o no de esta ciudad.
Hablemos claro: ¿qué se espera de un pregonero de fiestas? ¿Que tenga un Nobel? ¿Una cátedra en la Sorbona? ¿O que sea alguien que conecte con la gente, que haga vibrar, reír, olvidar las hipotecas, los disgustos y el calor de agosto? ¿No se trata, acaso, de dar inicio a un periodo en el que la ciudad se permite, por unos días, la alegría y la evasión?
Miremos atrás. Los anteriores pregoneros, por muy válidos que fueran en sus respectivos ámbitos, no fueron precisamente faros intelectuales de primer nivel. Y eso no está mal: no se les eligió por eso. Se les eligió por su conexión con Elche, por su trayectoria, o simplemente por su capacidad de aportar algo distinto. Con Mario Vaquerizo se repite esa lógica, pero con un añadido: va a poner a Elche en boca de todos, va a generar expectación, controversia, sí, pero sobre todo va a romper la monotonía.
Vaquerizo es un personaje peculiar, transgresor, divertido, a veces incómodo, pero siempre auténtico. No es un producto de laboratorio ni un influencer al uso. Es, curiosamente, un rebelde que ha sido criticado por casi todos los sectores, lo cual dice bastante de su independencia. ¿Qué ideología tiene? Sinceramente, ni idea. Y eso es refrescante en un tiempo donde todo se mide en trincheras. Curiosamente, muchas de las voces que exigen una elección “no ideológica” suelen ser las primeras en filtrar todo por el tamiz de su propio sesgo ideológico.
Entiendo que había otros nombres sobre la mesa. Gente como Josan, cuya aportación a la ciudad merece también ser reconocida. Pero no podemos caer siempre en lo previsible, en lo cómodo, en lo que “toca”. A veces, para avanzar como ciudad, hay que incomodar. Y en ese sentido, Mario es un acierto. Nos guste más o menos, no va a dejar indiferente a nadie. Y eso es justamente lo que una fiesta necesita: energía, provocación, humor y, por qué no, un poco de Friki rock.
Así que dejemos la dictadura paleta de Elche en pausa, al menos por unos días. Aceptemos que las fiestas son para todos y no solo para quienes creen tener el monopolio de la cultura y el buen gusto. Y, por una vez, celebremos que lo distinto también tiene cabida en esta ciudad.
Porque si algo necesita Elche es menos sentencias morales… y más alegría sin complejos.