OPINIÓN

Impresiones de un pasado (VII)

29 de mayo de 2024 - 19:28
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Un artículo publicado por Don Pedro Ibarra Ruiz bajo el pseudónimo de Un Ilicitano, tenía por título Alborada o Albada. En él se argumentaba, como muy bien solía hacer, el origen etimológico de la palabra. Quería poner en el conocimiento de los ilicitanos de a pie todas aquellas cosas que tuvieran que ver con su amado ELCHE.

Don Pedro había sido masón durante su juventud, ferviente católico y me atrevería a decir, tras haber leído todos sus escritos en prensa, que no participó en la política de su tiempo ni durante la Restauración, ni en el periodo primorriverista ni con el advenimiento de la II República. Dejando la política a un lado, se centró más bien en su amada arqueología, el palmeral (le debemos gran parte de su conservación gracias a su sección Contra la tala de palmeras) y La Festa (no fue partidario que se celebrara fuera de la población).

La Alborada o la Nit de l’ Albà, como consideremos llamarla, me sirve como pretexto para recordar esa noche tan maravillosa entre los ilicitanos. Un momento en el que la noche se hace día. En el que los hijos de María de la Asunción se reúnen con familiares y amigos en las terrazas y azoteas de los edificios.

Se recuerda a los familiares que ya no están entre nosotros, se reza una oración por aquellos que se encuentran en mal estado de salud, se cantan habaneras de fil i cotó, se dedican palmeras que suben al cielo envueltas en un mar de oropel, esa noche mágica donde retumba hasta la más fuerte de las cimentaciones, donde parece que iniciamos una contienda contra el maligno, a muchos nos gustaría pasar justo en ese momento con un avión para contemplar el espectáculo pirotécnico desde unas vistas privilegiadas.

Llegan los últimos instantes de ese 13 de agosto, las lágrimas asoman sigilosamente por nuestras retinas, nos viene a la memoria el rostro de nuestra madre o abuela cuando nos subía a upa para poder ver ese momento tan trascendental para todo aquel que se tilde de ilicitano. Bajo los acordes del Gloria, Patri et Filio se oscurece Elche, se abren las puertas del cielo como si estuviéramos en su Basílica Menor y un rugir de cohetes nos muestran a la Mare de Déu en su apoteósica y mayestática Palmera de la Virgen ( la Imperial se haya en el Huerto del Cura).

Todo lo demás, forma parte de la historia y ésta, se pierde en la noche de los tiempos. Esos tiempos en los que toda la cohetería y sus palmeras se lanzaban en torno a Santa María, porque es allí donde se vela a su Patrona tras el Ensayo General del Misteri.

Está claro que la antigua ILICI ha crecido en demasía pero creo que en los últimos años y al querer hacer partícipe a las otras barriadas, se ha perdido un poco el concepto que nuestros mayores tenían de ALBORADA. No deja de ser la impresión de un cuarentón algo trasnochado y nostálgico pero creo que esta ofrenda a Nuestra Patrona brillaría más si todo se concentrase en torno a la iglesia de este pueblo que al cielo mira.

Y puestos a ser críticos constructivos, anhelo esos años en los que las carretillas no era asistir a un espectáculo a puerta cerrada, sin espacio, sin emoción y sin riesgo, sí, he utilizado el concepto riesgo como algo positivo al subirte la adrenalina y al adentrarte en el campo de lo desconocido. Una noche en la que el protagonista de antaño se ha convertido en el espectador de hoy. Viandantes y curiosos acuden a ver el espectáculo de la lucha de las carretillas sin darse cuenta que la esencia de esa madrugada ya ha desaparecido. Ese momento empezaba durante el día en las callejuelas que iban a morir a nuestra querida Glorieta, antigua plaza del Doctor Campello. Los pequeños comercios, economatos y tiendas ( mal llamados hoy pymes) se preparaban para la batalla campal justo en el momento en el que digeríamos el último bocado de nuestra tradicional sandía o meló d’aigua. Tapiaban con planchas de madera los escaparates de aquellos negocios que les daban de comer. Y llegada la noche, se bajaba con un par de docenas de carretillas, custodiadas en una mochila confeccionada por nuestros mayores con tela vaquera; íbamos en chanclas, bermudas, un pañuelo anudado al cuello y una gorra.

Y nada más, nos lanzábamos los fuegos de artificio con forma de cartuchos de dinamita unos a otros, había una especie de ley no escrita en la que no se toleraban ciertas artimañas a la hora de hacer volar las carretillas. Usábamos las fuentes de la Glorieta, Mariano Antón y la de las Clarisas para calmar nuestro calor y evitar algún que otro chamuscado o socarrat.

Y luego, todo se nos fue de madre, venía gente de fuera con cascos integrales, equipación militar, empezaron a caldear el ambiente e incorporaron entre su material el trueno del cohete, previamente separado de su caña, despertadores y tipos de petardos de fuerte intensidad. Algún otro dedo mutilado vieron mis ojos aquellas noches de verano. Ya queda menos para nuestras queridas fiestas de agosto, en ellas y sin abandonar la pólvora, podremos disfrutar de los decibelios del concurso de Mascletàs y de la Penya del Canariet i Amics de les Mascletaes d’ELX, que será un oasis en el desierto cuando nos ofrezcan sus refrescantes bebidas y oigamos su “un canariet i una moneta, d’eixos que van en bicicleta. Ploreu, xiquets, que canariets tindreu”.