El ser humano tiende a resguardarse del frío y a ocultarse ante cualquier tipo de amenaza externa. De pequeños jugábamos al escondite, un entretenimiento que recuerdo mucho y con mucha nostalgia. Nos reuníamos todos los niños en el campo y cuando llegaba la noche, uno se colocaba contra la pared y hacía la cuenta atrás. Todos corríamos a ocultarnos entre los árboles, la maleza o por los bancales. El mayor nos atemorizaba con historias del hombre del saco, nos hacía llorar y esto llevaba a que nos encontraran en el juego y quedáramos descalificados. Ese escondite nos unía, crecimos con él y nos ayudó a superar nuestros miedos de la infancia.
Hay otros escondites que, conforme te vas haciendo mayor, vas conociendo más y nada tienen que ver con los juegos de ayer. La gente huye, se esconde ante algo que le provoca pavor. Lo vemos a lo largo de la historia en minorías étnicas, tienden a refugiarse para estar a salvo, seguros, en un mundo que no les ofrece la seguridad que necesitan y en unas comunidades que no velan por sus intereses. Cuando tu vida pende de un hilo y no ves otra solución, hacemos lo que sea por sobrevivir.
La guerra saca lo peor del ser humano. En ella, la vida no tiene valor y puedes ser víctima o verdugo sin apenas darte cuenta. Malditas guerras que nos hacen enloquecer, odiar a nuestros semejantes y donde la venganza personal se convierte en una constante. La ira cobra protagonismo y el rencor acaba siendo la moneda de cambio.
Los refugios han ayudado a la población civil a sobrevivir a las guerras. En la retaguardia se construían y servían de ayuda cuando la aviación enemiga descargaba su metralla contra sus barriadas. Se hicieron famosos en la Gran Guerra, los ejércitos eran conscientes que se hacía más daño con bajas civiles que con las militares, que la guerra psicológica hacía mella y causaba muchos estragos, siendo motivo de rendición para muchos países.
Hace años visité un búnker en Berlín y la verdad es que me trasladó a aquellos años de la Segunda Guerra Mundial. La visita guiada me hipnotizó, todo eran galerías subterráneas,escaleras que no tenían fin y letreros fluorescentes en las paredes. En la película La Ladrona de Libros, dirigida por Brian Percival, uno se hace a la idea de qué debió ser aquello. Llantos, desesperación, desasosiego, inseguridad; los creyentes rezaban para que las bombas incendiarias no descargasen sobre sus cabezas. La noche era el momento elegido por la aviación, la ciudad quedaba a oscuras y si se acercaban escuadrones, sonaban las sirenas para que la gente se dirigiera a sus refugios. Unos serían más seguros y estarían mejor equipados que otros.
Siguiendo con el asunto de los refugios, me gustaría hacer especial mención a nuestra Spanish Civil War. En ella se construyeron muchos refugios antiaéreos, ya fuera por el bando nacional o el republicano. Muchos de ellos son visitables y se han convertido en reclamo para muchos turistas. Mis alumnos visitan los refugios de Alicante ( R-31 Séneca y R-46 Doctor Balmis) y la verdad es que está muy bien contextualizado y es muy interactivo. En nuestra querida población se ha inaugurado recientemente y bajo la efigie del alcalde Ramón Pastor, el Refugio Antiaéreo del Paseo de Germanías. Está ubicado en el subsuelo del Jardín de la Concordia. Aún no lo he visitado pero debe ser interesante el poder conocerlo. Les invito a que lo hagan.
Hoy,14 de mayo, es el LXX aniversario del hundimiento del viejo refugio de la plaza del Raval. Un día triste que conmocionó a nuestra población. Mi padre recuerda cómo el suyo se levantó rápidamente de la mesa y se dirigió hacia el lugar del terrible accidente. Apenas tenía siete años de edad pero comenta que se le ha quedado grabado en su retina. Elche tendría en torno a 55.000 y 60.000 habitantes, ya se pueden imaginar el interés que despertó la trágica noticia. El diario Información y Radio Elche nos han dejado testimonio de aquel luctuoso accidente. Seis jóvenes que formaban parte del club de fútbol del barrio del Arrabal, fueron succionados por la tierra y la famosa fuente de la plaza. El refugio, que conectaba el barrio con la ladera del Vinalopó, fue construido en plena Guerra Civil, y en la noche de aquel sábado fatídico de 1955, perdieron la vida cuatro de esos chavales. Vicente Arronis Sánchez, José Canals, Jacinto Agulló Selva y Rafael Palao Pérez fueron los cuatro jóvenes que perdieron la vida al caer a unos quince metros de profundidad. Hubo dos sobrevivientes, Fermín Bernad Vico y Juan Gasó Gomáriz, estos últimos pudieron contar a las autoridades lo ocurrido aquella noche. Y estuvieron muy agradecidos a la Cruz Roja por su rápida intervención.
El martes 17 de mayo se produjo el entierro de los jóvenes ilicitanos, se dice que la mitad de la población asistió al sepelio, este fue presidido por el Obispo Barrachina, el alcalde provisional Antonio Brotons, el Jefe Local Movimiento José Ruiz y el Secretario del Gobierno Civil Luis Romero.
En la Plaza Mayor del Raval existe una lápida conmemorativa que recuerda este fatídico día y homenajea a los jóvenes difuntos. In Memoriam.