OPINIÓN

LA LOTERÍA DE NAVIDAD

02 de enero de 2025 - 15:22
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Diciembre, hermoso mes festivo con fechas especiales para algunas personas y días aborrecidos por otras.

En esta empresa ilicitana, como en la mayoría, había de todo: gente inspiradora, que trabajaba aportando y ayudando a los demás; personas vinagre, a las que todo les parecía mal; gente con espíritu navideño y otra gente desprovista de ese o de cualquier otro espíritu que no fuera el de sobrevivir en este difícil mundo maravilloso.

Otra vez el coñazo de cena de empresa… —comentaban los de siempre.

¡Qué ganas! ¡¿Dónde es la fiesta este año?! —exclamaban los otros de siempre.

El caso es que, un diciembre más, las treinta y cinco almas trabajadoras en aquella empresa de Elche —incluyendo a la señora que se encargaba de la limpieza— se juntaron el viernes, veinte de diciembre de dos mil veinticuatro, en un conocido restaurante de la ciudad, para celebrar las fiestas.

Disfrutaron de un menú sensacional con originales aperitivos —sin faltar jamón y gambas—, tablas de quesos, ensaladas, platos de pescado, platos de carne, un surtido de postres y bebida a tutti pleni… Así que todas las personitas, que currelaron duro durante el año, rieron, gastaron bromas, brindaron y agradecieron a su jefe, el magnánimo homenaje al colectivo trabajador.

Corrió el alcohol por encima de las mesas, se sucedieron los discursillos a favor o en contra de los fichajes del Elche CF, se entonaron los villancicos navideños más populares y hubo el habitual lanzamiento de migas de pan de los de almacén contra las de ventas. Entonces ocurrió algo inusual: se coló un vendedor de lotería nacional que paseó inadvertido por las mesas del salón, entre gente enjugascada y embriaga por el licor, hasta que llegó a la vista de María, la de administración.

Venga, venga aquí, por favor. ¡Yo quiero ese! Ese numerito que lleva ahí. ¡El ochenta! ¡Sí, el ochenta! Es el año en el que nací…

María, ¡no fastidies! —expresó Mario, el informático—. ¡Si compras tú, harás que los demás tengamos que comprar! ¡Grrrr! —gruñó.

¡Cómprate tú otro! ¡Envidioso!

¡¿En serio?! ¡Qué malvada eres!

¡¿Y si nos toca?! ¡¿Te imaginas?!

¡Jodeeerrr! Deme a mí el mismo —solicitó Mario al lotero ambulante.

De ese, no me quedan. Solo tenía uno.

¡Y, ¿ahora qué, María?! ¡¿Te parece bonito?! —protestó Mario.

Vengaaaa, valeeeeee. Lo comparto contigoooo —contestó María condescendiente—. ¡Hazme un Bizum! ¡Ahora!

¡Ey! ¡¿Y nosotras qué?! —gritaron varias chicas de ventas, sentadas por el centro.

¡Nosotros también queremos! —berrearon los de logística desde el final de la mesa.

María cogió el décimo, se levanto, alzó la mano y, agitando el boleto en el aire, anunció:

¡Un poquito de atención, por favor! ¡Mario y yo hemos comprado este número, que es el que va a tocar este año! ¡Y…! ¡Shhhhh! —exigió silencio— ¡Y vamos a compartirlo con toda la empresa!

La alegría, aplausos, silbidos y vítores inundaron la reunión. Mario, ojiplático, no tuvo más remedio que asumir la generosidad de su compañera, a la que detestaba. Hizo una foto al décimo, y la reenvió por Whats App a las demás.

Los brindis se repitieron, la luz descendió, la música sonó y el bailoteo inspiró el ánimo de Mario que, con la excusa de la lotería, se atrevió a arrimarse a María, la chica guapa y feliz de administración. Juntos se bebieron la noche, entre bailes, se metieron mano y hasta se escondieron en el baño para personas de movilidad reducida. Nadie se fijó en ellos, ninguna de sus colegas se dio cuenta… ¡Porque se llevaban tan mal! ¡Quién podía sospechar el festival sexual que se estaban gozando aquellos dos, continuamente enfrentados, transformando el odio en deseo!

A los dos días, los niños de San Ildefonso cantaban: «setenta y dos mil cuatrocientos ochentaaaaa», «cuatro millones de eurosss», «setenta y dos mil cuatrocientos ochentaaaaa», «cuatro millones de eurosss», «setenta y dos mil cuatrocientos ochentaaaaa», «cuatro millonessss de eurossss».

Trece de las treinta y tres compañeras de trabajo que tenían la foto del décimo, en su Whats App, empezaron a llamarse por teléfono y a enviarse audios:

¡Nos ha tocado! ¡Nos ha tocado!

¡Salimos a once mil cuatrocientos euros por cabeza!

¡Qué bien! ¡Qué fuerteee!

¡Nos ha tocado el gordo!!!

Los únicos dos que no cogían el móvil, ni contestaban a los mensajes eran… ¡María y Mario! Ambos, tras enrollarse en la cena de navidad, habían quedado para ver juntos el sorteo. Tras salir el gordo, se miraron a los ojos, estallaron a risas, tapándose la cara con las manos y diciendo que no, pero sí con la cabeza. Decidieron desaparecer con los cuatrocientos mil eurazos del premio. Lo único que encontró la policía judicial, semanas después, en el estudio donde ella vivía de alquiler, fue su ordenador portátil y «los lugares más baratos del mundo para vivir» entre las últimas páginas de su histórico de navegación.

Susi Rosa Egea

Escritora, 5ª Finalista Premio Planeta de Novela 2024

www.susirosa.es

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