Mayte y su marido Sergio decidieron asistir a terapia de pareja. Tras diez años de casados y un hijo de seis, ambos reconocieron que su matrimonio no iba bien.
Se pusieron en manos de la prestigiosa Mari Villa, psicóloga especializada en relaciones y crisis conyugales que, en una primera sesión de conocimiento, se reunió por separado con cada uno de los cónyuges.
Mayte le transmitió a la psicóloga lo mal que le hacía sentir el comportamiento de su marido. Sus ausencias, la escasa atención que recibía por su parte, el papel tan irrelevante que ella ocupaba en las prioridades de Sergio… Por todo ello, Mayte experimentaba sensaciones de abandono, de frustración y de profunda tristeza. «No tengo marido. No soy feliz. Vivo en una jaula de oro…», le había confesado a la terapeuta.
Por su parte, Sergio mostró una normalidad abrumadora. Su profesión como neurocirujano le requería una vinculación muy intensa hacia su trabajo, una responsabilidad más que justificada. Le restaba importancia a la infelicidad manifiesta de su mujer, que él mismo consideraba parte de la personalidad de ella: el inconformismo y la perpetua queja. Sergio explicó que él procuraba todo lo que su familia necesitaba para llevar una vida plena.
En una sesión conjunta, Mari Villa les preguntó:
—¿Cuándo y cómo compartís tiempo juntos?
Mayte contestó la primera, con el tono desganado que la caracterizaba.
—¿Compartir? Lo único que compartimos es la casa y el cariño de nuestro hijo…
Sergio dejó escapar un suspiro de resignación y negó con la cabeza chistando. Aún así, se mantuvo callado mientras Mayte descargaba sus pesares.
—Para que una relación de pareja funcione —intervino la psicóloga—, ambas partes deben sacar tiempo personal que dedicar al otro. Las responsabilidades profesionales, los compromisos familiares, las tareas domésticas, los retos individuales… no pueden abarcar el cien por cien de los días.
—Coincidimos cada día, como mínimo, en la cena y en el desayuno del día siguiente. También pasamos la mayor parte de los fines de semana juntos. Por lo que sé, lo habitual en cualquier familia —añadió Sergio con calma observando las reacciones y gesticulaciones de Mayte—. No sé qué más debo hacer. Ni siquiera sé en qué estoy fallando —expresó con sinceridad.
—A veces, coincidir no es suficiente —explicó la terapeuta—. Se considera que una vez a la semana debemos compartir una actividad con nuestra pareja. A solas. Coincidir en la cena o en el desayuno no responde a esta necesidad, si está presente vuestro hijo.
Se concedieron una pausa de unos segundos. Mari Villa tomó de nuevo la palabra:
—Os cuento que el método admitido para fortalecer los lazos de la pareja es: realizar una actividad, solos en pareja, cada siete días. Puede ser una comida, una cena, un paseo o incluso tomar un café fuera de casa. Cada siete semanas, debemos dedicar un par de días a una escapada, un fin de semana en pareja o, por ejemplo, disfrutar de algún deporte o tratamiento de relajación, tipo balneario, juntos, solos vosotros.
Mari Villa observó la cara de sus pacientes y prosiguió:
—Y, por último, cada siete meses se recomienda organizar unas vacaciones románticas. Con este método de cada siete días, siete semanas y siete meses, nos comprometemos a dejar las preocupaciones y compromisos diarios para centrarnos en el bienestar propio y de nuestra pareja.
—¡¿Lo ves?! —exclamó Mayte—. Le he regalado una escapada a París, por nuestro aniversario, ¡y me la ha rechazado!
—Eso no es verdad, Mayte.
—Sí lo es. Te excusaste en tu trabajo, como siempre.
—Estás faltando a la verdad, Mayte. Te agradecí el regalo y te exp…
—¡No mostraste la más mínima ilusión! —interrumpió Mayte— ¡Dijiste que no podías irte cuatro días!
—Mayte, te expliqué que estaba en una formación muy importante, de cirugía pediátrica, y que debía rev…
—¡Ya! ¡Como siempre! ¡Siempre hay una excusa!
—Mayte, por favor, respetamos el turno de palabra —intervino la psicóloga—. Si interrumpimos, no permitimos a Sergio exponer su punto de vista.
—No importa. Ella es inflexible con sus cosas —reconoció Sergio—. Solo tenía que aceptar cambiar las fechas del viaje y…
—¡Y viajar a Paris casi nueve meses después de la entrega del regalo! —Volvió a interrumpir Mayte, efusiva—. ¡¿No es eso rechazar un viaje?! ¡Llámalo como quieras!
—Bueno —dijo la terapeuta—, acabemos la sesión de hoy con una conclusión: si la pareja tiene la voluntad de continuar con la relación, todo lo demás tiene solución y podremos ir encajando los momentos de dedicación.
Mayte y Sergio regresaron a casa pensativos, dubitativos. La psicóloga había dejado en el aire un concepto que no había pasado desapercibido, que no les había dejado indiferentes. A ambos les chirriaba en la cabeza, aunque de manera diferente, la opción de romper su relación, la de separar sus caminos que, desde un tiempo hasta el presente, parecían tan divergentes.
Susi Rosa Egea
Escritora