El gobierno municipal de Elche atraviesa uno de esos momentos que en política se suelen llamar “ajustes internos”, pero que cualquier hijo de vecino entiende mejor como lo que realmente son: una pelea entre socios que ya no disimulan.
El Partido Popular, con Pablo Ruz al frente, y Vox, representado por Samuel Ruiz, han pasado en cuestión de días del pacto estable al vodevil político. Dimisiones que se anuncian, dimisiones que se retiran, plenos extraordinarios que se convocan y se desconvocan… Todo muy serio. O muy poco.
Mientras tanto, el Ayuntamiento sigue funcionando como si nada ocurriera. O peor: como si todo ocurriera de puertas hacia dentro, sin dar demasiadas explicaciones a una ciudad que asiste atónita al espectáculo.
Lo sucedido entre PP y Vox no es una anécdota ni un malentendido puntual. Es la consecuencia lógica de un gobierno construido sobre un equilibrio frágil, donde cada socio mide fuerzas, espacios y protagonismo.
Samuel Ruiz amagó con marcharse, luego decidió quedarse “hasta aprobar el presupuesto”, y el alcalde tuvo que recomponer la escena a toda prisa. No por convicción política, sino por pura aritmética: sin Vox, no hay mayoría.
Y así se gobierna Elche: con socios que se vigilan más entre ellos que a los problemas reales de la ciudad.
Conviene no olvidar un detalle que parece molestar a algunos: el PSOE fue el partido más votado por los ilicitanos. No gobierna, pero representa a la mayoría relativa de la ciudad. Y sin embargo, el actual alcalde actúa como si dispusiera de un mandato unánime, como si no existiera oposición ni pluralidad política.
La paradoja es evidente: quien no ganó las elecciones habla en nombre de todos, mientras quienes sí obtuvieron más apoyo ciudadano son tratados poco menos que como ruido de fondo.
Democracia formal, sí. Pero respeto institucional, el justo.
El detonante de la crisis ha sido, cómo no, el presupuesto. Un presupuesto que se presenta como histórico, ambicioso y transformador… pero que ha servido más para tensar al gobierno que para cohesionar la ciudad.
Resulta casi cómico, si no fuera preocupante, que un concejal dimita, retire su dimisión y condicione su continuidad a la aprobación de unas cuentas. Todo muy pedagógico para la ciudadanía: primero el presupuesto, luego ya veremos el proyecto político.
Esto no es estabilidad. Es supervivencia.
Gobernar una ciudad no es gestionar equilibrios internos ni apagar incendios provocados por los propios socios. Tampoco es convertir cada crisis en una comparecencia solemne asegurando que “todo está bajo control”, cuando lo evidente es que no lo está.
Elche necesita diálogo, respeto a la oposición y un gobierno que no viva pendiente de si mañana uno de sus socios decide levantarse de la mesa. Necesita política adulta, no tácticas de corto plazo.
Porque cuando un gobierno se pelea consigo mismo, la ciudad siempre pierde.





