En 1862, el escritor francés Victor Hugo publicó Los Miserables, novela romántica considerada una de las obras cumbre del siglo XIX y que nos aporta, a través de su historia, un debate sobre el bien y el mal y sobre cómo la moral influye sobre la política, la ley y la justicia. Un relato que, vistos los tiempos que corren, convendría leer de forma obligatoria en las escuelas.
Porque lo presenciado durante la jornada del viernes me parece lo más alejado de la moral y la ética que puede haber. Cada vez que me dirijo a ustedes procuro hacerlo desde la más absoluta racionalidad e intentando no dejarme guiar por mis emociones. Pero les confieso que hoy voy a ser incapaz. Lo ocurrido en nuestra hermana Valencia no puede dejar a nadie impasible.
En mitad del llanto y la desolación de familias que lo han perdido todo, a algún iluminado se le ocurrió convocar manifestaciones para protestar por la gestión política. Lo primero que pensé al ver la convocatoria es que no era el momento, que ahora lo que toca es volcarse con los afectados y brindarles la ayuda que el Estado les ha negado. Pero, más detenidamente, creí que igual sí que era oportuno aparcar por un rato el dolor y sacar la rabia de nuestro interior, para que no se nos enquiste.
Cual fue mi sorpresa cuando, a medida que se acercaba la fecha de la manifestación, empezaba a ver proclamas por las redes indicando que las protestas tenían como fin pedir la dimisión de Carlos Mazón, President de la Generalitat Valenciana. De Pedro Sánchez ya tal. ¿Pero de verdad sería posible que hubiera alguien tan miserable como para intentar hacer campaña electoral con esta desgracia?
Si, ya lo creo que era posible. Desde Valencia nos llegaban imágenes de personas que, en nombre de “la organización”, increpaban a quienes llevaban pancartas en contra de los dos presidentes, el del Gobierno de España y el autonómico, y como un grupo de centenares de manifestantes, entre los cuales había portadores de banderas independentistas catalanas y pancartas contra Mazón, agredía a unos veinte policías acorralados.
En Elche pudimos ver una escena similar. Poco más de dos mil personas se concentraron por las calles del centro para, supuestamente, protestar por lo ocurrido. El panorama era el mismo que en la capital de la Comunitat Valenciana: banderas independentistas catalanas, carteles en contra del President y hasta proclamas que nada tenían que ver con la tragedia como, por ejemplo, gritos contra los toros.
Afortunadamente, les salió el tiro por la culata. En Valencia pudimos ver una manifestación multitudinaria donde la gente, mayoritariamente, protestó contra el sistema, sin colores políticos, haciendo ver que el Estado en su conjunto había fallado al pueblo. En Elche, los miserables se quedaron solos. Dominaron la manifestación, sí, pero nadie se sumó a ellos.
No me cabe en la cabeza. Les prometo que no me prepararon para esto. Mis padres me enseñaron que hay gente mala en el mundo, pero nunca pensé que la maldad podría llegar tan lejos y no tener límites. No les importa nada. Ni los muertos, ni la gente que lo ha perdido todo. Solo quieren poder. Y les da igual pasar por encima de lo que sea con tal de conseguirlo. No entienden de moral, ni de ética, ni saben separar el bien y el mal. Para ellos solo hay un fin y siempre justifica los medios.
Son unos miserables.