OPINIÓN

Pasear la ciudad


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Federico Buyolo
12 de enero de 2025 - 03:23

Una de las primeras cosas que, literalmente, me tocó hacer cuando entré en el Ayuntamiento de Elche como concejal fue una doble acción que marcaría mi manera de entender la ciudad.

A los dos meses de aterrizar en las nuevas responsabilidades, al inicio del mes de agosto (hace ahora tan solo 21 años) tuvimos que afrontar la eliminación del adoquín de la corredera (con problemas permanentemente) para asfaltarla como paso previo a lo que iba a ser la pronta peatonalización de la Corredera, pero, además, acometer la renovación de la calle Camilo Flammarion con la ampliación de las aceras y la plantación de naranjos (que dolor de cabeza me dieron aquellos árboles).

Si esto no fuera suficiente, en pleno agosto, La Royal anunciaba su cierre y, por lo tanto, la Glorieta se quedaba sin oferta de hostelería. Aquel espacio que había sido históricamente un punto de encuentro (el nombre viene a colación del proyecto de fin de curso de Animador Sociocultural que terminé en 1993) pasaba a ser una plaza dura y sin vida.

Recuerdo que en el despacho del vicesecretario del Ayuntamiento nos reunimos, a petición del alcalde, el concejal de fomento, Carlos Gonzalez, el concejal de urbanismo, Emilio Martinez y yo como concejal de aperturas. Con una estrategia jurídico-administrativa de urgencia conseguimos decretar la imposibilidad de que los locales de la Glorieta se convirtieran en Bancos o Cajas de Ahorros (todavía existían), pero, sin embargo, no podíamos forzar a que se instalaran cafeterías y restaurantes: “puedes incentivar, pero no puedes obligar”, me decían en aquel momento. Paramos el golpe, pero no conseguimos que se instalara ninguna cafetería nueva en locales donde el alquiler era prohibitivo.

Aquello nos llevó a plantearnos hacer una cafetería municipal en el centro de la plaza recuperando la vieja idea del templete que en algún momento existió. Trabajé con el arquitecto municipal, Julio Sagasta, que realizó un diseño precioso, funcional e icónico que me ilusionaba. Tampoco lo conseguí, gracias a nuestro Elche CF y la promesa del alcalde que anunció que si se conseguía el ascenso la gente podría bañarse en la Glorieta, como era tradicional. Ascendimos, nos bañamos, pero no pudimos tomar un café.

Tuve un tercer intento para dar vida al centro de la ciudad: convertir la calle del Salvador en un lugar de tapas a semejanza de la conocida calle Laurel de Logroño. Tenía un compañero de luchas inmejorable, el pastelero y amigo José Patiño. Nuevamente se daba la máxima de puedes incentivar, no puedes obligar.

¿Y por qué les cuento todo esto? Estas navidades he estado paseando por la ciudad. Dando una vuelta por aquellos espacios que en otro momento tuve el honor y la responsabilidad de gestionar. Efectivamente hoy hay más cafeterías, más bares, más restaurantes, pero esto no apaga la sensación que tengo de que mi ciudad se ha convertido en un escaparate sin contenido, sin proyecto e ilusión de futuro que se disfraza en un espacio bonito (para gustos los colores), pero vacío.

Efectivamente, parece que hemos muerto para hacer de Elche el cielo católico en la tierra íbera de Illice.

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