OPINIÓN

RELACIONES ABIERTAS

11 de febrero de 2025 - 12:51
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Se habían acostumbrado el uno al otro. Pepe y Juana, vecinos de Elche, llevaban juntos más de dos décadas: diez años de novios y diez de casados. Su matrimonio era rutinario y lineal. Formaban un buen equipo: ella se encargaba de la casa, de la comida, de la compra… y él traía un sueldo suficiente para vivir bien. Sin hijos, sin emociones, sin motivaciones estaban cayendo en el abismo del aburrimiento conyugal.

Aunque ellos no conocían a nadie en aquella situación, se comentaba, se oía sobre el tema de «abrir la relación». A Juana le parecía interesante, a Pepe le avergonzaba siquiera mencionarlo. La conversación surgió de manera casual mientras cenaban con unos amigos en un restaurante de la ciudad. Un par de copas de vino después, alguien mencionó que conocía a una pareja que había decidido abrir su relación y la charla tomó un rumbo inesperado.

Dicen que les ha devuelto la pasión —comentó la amiga de Juana con entusiasmo—. Se sienten más conectados que nunca.

No sé, suena emocionante —reconoció Juana con curiosidad.

Pepe, que se llevaba el tenedor a la boca en ese momento, se atragantó con el bocado y tosió para recomponerse.

¿Tú crees? —preguntó Pepe con una risa nerviosa—. A mí me parece complicado.

Complicado no quiere decir malo —afirmó Juana mirándolo de reojo.

No hablaron más del tema aquella noche. La idea quedó flotando en el aire y en el pensamiento de Juana cuando apagaron la luz al acostarse. Días después, fue ella quien planteó de nuevo la conversación.

Pepe, lo que dijeron el otro día me dejó pensando… —dijo apoyando los codos en la mesa del desayuno—. ¿Alguna vez te lo has planteado?

¿Plantearme el qué? —preguntó Pepe bajando la taza de café y su mirada para evitar cruzarse con la de su mujer.

Tener una relación abierta…

La pregunta lo golpeó con fuerza. Jamás pensó que su esposa sería quien lo propusiera primero. Se sentía caminando sobre arenas movedizas.

No sé… No sé si podría.

¿Por qué no? —preguntó ella con calma.

Pepe tardó en responder. No quería admitir que lo aterraba la idea de perderla, de que Juana descubriera algo fuera de su matrimonio que le gustara más.

Porque me asusta lo que podríamos encontrar ahí.

Juana lo miró en silencio, con la cucharilla revolviendo distraídamente su café.

A mí me asusta quedarnos donde estamos. Que dejes de sentirte atraído por mí, que dejes de apetecerme tú a mí.

Y por primera vez en veinte años, Pepe sintió que su relación estaba en peligro. Esa misma noche, después de recoger la cocina y de sentarse a ver la serie de turno, Pepe tomó aire y dijo:

Si de verdad quieres intentarlo… —su voz sonó más tensa de lo que esperaba—. Podemos hablar de cómo funcionaría.

¿Lo dices en serio? —Juana parpadeó sorprendida.

Él asintió con un gesto torpe, jugueteando con los dedos sobre el muslo de Juana.

No voy a mentir. Me pone nervioso. No sé cómo voy a sentirme… pero no quiero que esto se acabe. Te quiero.

Yo también te quiero. Por eso tenemos que probar otras cosas, para seguir juntos, para no hartarnos de siempre lo mismo…

Pepe tragó saliva y asintió de nuevo.

Está bien. Pongamos reglas.

Hicieron un pacto. No se mentirían, pero tampoco se contarían más de lo necesario. Lo que pasara fuera de su matrimonio no debía interferir en su relación. No con amigos en común, no en su casa, no con alguien que pudiera traer complicaciones emocionales. Y lo más importante: si en algún momento uno de los dos quería parar, ambos se detendrían. Pepe no supo si aquellas reglas lo tranquilizaban o lo inquietaban más.

Los siguientes días fueron extraños. No es que de repente fueran diferentes, pero había un contexto en cada mirada, en cada caricia; un «¿lo harás?», un «¿cuándo?», un «¿con quién?»…

Juana fue la primera en dar el paso. Pepe no preguntó demasiados detalles, solo supo que una noche ella se arregló más de lo habitual, le dio un beso en la mejilla y salió de casa con una sonrisa que no supo si lo tranquilizaba o lo atormentaba. Esperó despierto. Quiso ignorarlo, fingir que no pasaba nada, pero cada ruido en la calle lo hacía mirar el reloj. Cuando Juana volvió, pasada la medianoche, lo encontró sentado en la sala, con una copa de vino medio vacía en la mano.

Ella no dijo nada, solo se sentó a su lado y le preguntó:

¿Cómo estás?

Pepe se encogió de hombros.

Extraño.

No estaba celoso. Era una sensación más bien ambigua, como si algo se hubiera movido dentro de él y aún no supiera si era un vacío o una liberación.

Te toca a ti ahora —susurró ella.

Pepe se preguntó si realmente quería hacerlo… o si solo estaba siguiendo el juego para que su matrimonio no muriera. Él tardó más en dar el paso. Eligió a alguien sin demasiada conexión emocional, alguien con quien fuera fácil y sin complicaciones: una mujer que conoció en un bar, con una risa chispeante y una mirada llena de intenciones claras. Se marcharon a un hotel y cuando la puerta de la habitación se cerró tras ellos, cuando los besos se hicieron más intensos y las manos comenzaron a recorrer su piel, algo dentro de Pepe se apagó. No era miedo ni culpa. Era… vacío. Como si su cuerpo estuviera ahí, pero su mente no. Como si, en lugar de emoción, solo sintiera la ausencia de algo más grande. Pepe se disculpó con torpeza, inventó una excusa y salió del hotel con una sensación extraña en el pecho. Mientras caminaba de vuelta a casa, solo podía pensar en Juana: en su risa, cuando contaba un chiste malo; en la manera en que enredaba los pies con los suyos cuando dormían; en la sensación de llegar a casa y saber que ella estaba allí, sin máscaras, sin pactos, sin incertidumbre.

Pepe regresó a casa y encontró a María en el dormitorio, con un libro abierto sobre las piernas. Levantó la mirada y, al ver su expresión, ella lo supo.

No has podido, ¿verdad? —dijo ella con una sonrisa suave.

Pepe se sentó a su lado y se cobijó entre su pelo.

No lo necesito. Solo quiero contigo.

Dijo eso y empezó a besar a su mujer, que ardía de deseo ante sus palabras.

No te preocupes, yo tampoco pude —susurró ella arrancándose el pijama para mostrarse desnuda ante su hombre.

Disfrutaron de una noche de sexo loco, gozoso, intenso. Jugaban con ventaja: se conocían muy bien, sabían dónde tocar, dónde besar, dónde lamer y dónde mordisquear.

Susi Rosa Egea

Escritora, 5ª Finalista Premio Planeta de Novela 2024

www.susirosa.es

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