En 1943, el psicólogo estadounidense Abraham Maslow publicaba su “Teoría de la Motivación Humana”, en la prestigiosa revista americana “Psychological Review”. Ese estudio introdujo una idea por primera vez en la historia de la psicología: el sentimiento de pertenencia, que Maslow define como “la necesidad humana de conexión y aceptación interpersonal”.
Llevado a lo colectivo, y enlazando con lo que ya les dije una vez sobre las comunicaciones como base de toda civilización, la satisfacción de esa necesidad humana de conexión, creando una gran red de transporte público, es lo que ha hecho que cualquier ciudadano de de la provincia en la que vivo, sea de Getafe, de Alcalá de Henares o de Coslada, puede decir con orgullo que se siente madrileño.
Si algo se parece a este gran área metropolitana llamada Madrid, salvando evidentemente las enormes diferencias en cuanto a distancias y número de habitantes, es nuestra Elche, con su gran núcleo central y sus pequeños focos de población, que en nuestro caso son nuestras pedanías, alrededor de ese núcleo. Cambiamos Leganés, Alcobendas o Pozuelo de Alarcón por El Altet, La Hoya o Valverde, pero el esquema es el mismo.
Sin embargo, a lo largo de mis treinta y un años de existencia, he conocido muchísimas personas que habitan en estos territorios y que no sienten apego por Elche. Incluso alguno ha tenido la desdicha de ser aficionado del Hércules. Y eso responde a la dejadez que desde los gobiernos municipales se ha tenido para con las pedanías, que prácticamente han quedado abandonadas a su suerte.
Trasladarse desde cualquiera de ellas a la ciudad ha sido siempre una odisea que, en el proceso de madurez, cuando se forja la personalidad, conllevaba que niños y adolescentes hicieran su vida lejos de las calles de Elche y enclaustrados en lo que ellos consideraban su pueblo. Y con esos mimbres ha sido imposible sembrar en los habitantes de las pedanías, de forma generalizada, un sentimiento ilicitano profundo.
La semana pasada comenzó el principio del fin. El pasado lunes se dio el pistoletazo de salida a otro de los grandes proyectos de la legislatura. Los autobuses urbanos a las pedanías son, por fin, una realidad. Y, a la vista de los resultados, un éxito. Unas 15.000 personas han hecho uso de este nuevo servicio, siendo las líneas R10, que conecta Elche con Torrellano y el aeropuerto, y R11, que une Carrús con el Parque Empresarial y, nuevamente, el aeropuerto, las más demandadas.
De esta manera, se acaba de una vez el ostracismo al que se había condenado a lo que es una parte esencial de nuestra ciudad. Porque Elche no se puede entender sin sus pedanías, sin su campo o sin sus playas. Elche no es Elche sin La Marina, sin Torrellano o sin Las Bayas. Y sus habitantes tienen el mismo derecho que quienes residen en el casco urbano a tener un transporte público que satisfaga sus necesidades de movilidad.
Porque los seres humanos necesitamos sentirnos parte de algo. Las personas tenemos la necesidad de sabernos partícipes de algún tipo de colectividad. Ya sea de un país, de una asociación o de un grupo de amigos. Y aquí no sobra nadie. Aquí tenemos que seguir tendiendo puentes entre la ciudad y las pedanías. Aquí hay que seguir forjando lazos de unión entre todos los habitantes de Elche para seguir creciendo.
Aquí hay que seguir creando sentimiento ilicitano.