El otro día, en una de esas típicas charlas vacacionales en las que se habla de todo un poco, desde temas banales hasta reflexiones existenciales, un viejo amigo me hizo una pregunta que ha rondado mi cabeza desde entonces: “¿Eres creyente?” Respondí que sí, que creo en Dios, pero aclaré que discrepo profundamente con muchos de los postulados actuales de la Iglesia Católica. Sin embargo, luego me di cuenta de que mi respuesta debió ser más precisa, ya que, aunque aún mantengo una cierta creencia, cada día dudo más, y sobre todo, en aquello que se refiere al ámbito social y político. Específicamente, lo que menos me inspira confianza en estos días es la clase política y todos los componentes que la rodean.
Este escepticismo volvió a surgir en mi mente con fuerza tras el reciente debate sobre lo ocurrido en el colegio Miguel de Cervantes, donde, tras años de gobiernos socialistas, aún se mantenían techos de fibrocemento, un material que, según todos los expertos, es altamente cancerígeno. Aquí me detengo para reconocer el trabajo del nuevo equipo de gobierno que, tras asumir el poder, finalmente sustituyó este material peligroso, eliminándolo de todos los centros escolares de Elche. Aplaudo esa labor, pero no puedo evitar preguntarme: ¿por qué es tan difícil realizar estas obras durante el periodo vacacional? ¿Por qué la finalización de los trabajos se extendió hasta el 23 de septiembre? Sorprende, aunque cada vez menos, que el Partido Socialista critique esta gestión, cuando durante años ignoraron completamente el problema.
Hasta aquí todo sigue dentro de lo que podría considerarse “normal”: la oposición hace su trabajo criticando al gobierno, olvidando convenientemente sus propios errores pasados. Por su parte, el gobierno comete el error de no saber capitalizar una buena gestión, permitiendo que su éxito quede empañado por las quejas sobre los plazos. Sin embargo, lo que más me desconcierta y me lleva a dudar de todo es el comportamiento de algunos padres. Durante años, estas mismas personas consintieron que sus hijos asistieran a un colegio con techos de fibrocemento, sin levantar la voz. Pero ahora, de repente, lanzan fuertes críticas, aparentemente por razones que cada uno debe juzgar.
Según las autoridades locales, se reunieron con todas las partes involucradas y acordaron las fechas de las obras, pero es evidente que a muchos padres no les agradó la decisión. Y es comprensible. Nadie quiere que sus hijos regresen a un colegio en obras. Sin embargo, me resulta difícil comprender por qué ahora, y solo ahora, estos padres son tan críticos, mientras que durante años no se tomaron medidas tan firmes como lógicas. Puede parecer que simplemente aprovechan la coyuntura para atacar a un gobierno que no es de su agrado.
Este tipo de situaciones son las que me llevan a dudar cada vez más del entorno en el que vivimos. No solo de la política, sino también de la sociedad en general. En ocasiones, parece que hemos perdido la capacidad de actuar con coherencia y sentido común, y que nuestras posturas están condicionadas por intereses ajenos al bienestar colectivo. Ya no se trata de lo que es correcto o incorrecto, sino de quién lo hace y cómo podemos utilizarlo para ganar puntos en el tablero político.
Al final del día, me pregunto si mi creciente desconfianza no será más que una respuesta natural a la confusión que parece dominar nuestra sociedad. ¿En qué se puede creer cuando la verdad es tan maleable y los intereses personales están siempre por encima del bien común? Tal vez la fe, sea en Dios o en las instituciones, es algo que se va desgastando en este tipo de situaciones, donde la coherencia y empatía parecen ser los grandes ausentes.
«El que cae hoy, mañana puede levantarse», el gobierno local no puede volver a caer en errores tan de primaria política. Pues la gente ladrará, pero no cabalgarán en dirección correcta.