REPORTAJE

Las escuelas de verano de Elche, refugio educativo y lúdico ante el calor extremo

Las altas temperaturas no detienen la actividad en las escuelas de verano ilicitanas, que combinan ocio, aprendizaje y medidas especiales para proteger a los más pequeños del calor
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Daniel Ruiz Perona
21 de junio de 2025 - 01:02

Apenas comenzado el verano de 2025, Elche vive ya una sucesión de días de calor extremo, con máximas que se acercan a los 40 grados y noches tropicales que apenas bajan de los 25. En este contexto climático cada vez más habitual, las escuelas de verano han dejado de ser una opción para convertirse en un recurso imprescindible para muchas familias.

“Es imposible dejarlos en casa sin aire acondicionado, y tampoco pueden pasar seis horas seguidas frente a una pantalla. Aquí se relacionan, se mueven, y están atendidos”, cuenta Isabel, madre de dos hijos de 5 y 9 años. “Trabajo por turnos, y esto nos salva el verano. Pero sobre todo, me quedo tranquila porque sé que están en un sitio fresco y controlado”.

Adaptarse o cerrar: el desafío climático

Las escuelas de verano que funcionan en Elche, ya sean públicas, privadas o gestionadas por asociaciones, han tenido que transformar radicalmente su organización para adaptarse al calor. Las jornadas se concentran por la mañana, con horarios que rara vez superan las 13:30 horas. Las actividades físicas intensas, como deportes o juegos de movimiento, se realizan únicamente a primera hora. A partir de las 10:30, las palabras clave son sombra, agua, y calma.

“Hemos rehecho todo el calendario de actividades. Casi no usamos pistas al aire libre, y las zonas más calurosas están vetadas. El patio, si no tiene sombra, directamente no se pisa”, comenta Rocío, una de las monitoras con más años de experiencia en escuelas de verano de la ciudad. “Este verano el objetivo es que estén bien, frescos y activos, sin exponerlos al mínimo riesgo”.

En muchos centros se han habilitado aulas con ventiladores industriales, se han instalado toldos de refuerzo en patios y se han comprado más materiales para juegos de agua, piscinas portátiles, hinchables mojados o duchas improvisadas.

Botella, gorra, protector solar: el nuevo kit básico

Las familias conocen bien el protocolo: cada niño debe llevar su botella de agua personal, ropa ligera, gorra o sombrero, crema solar ya aplicada desde casa, y en muchos casos, una muda extra. A lo largo de la mañana, los monitores insisten continuamente en la hidratación, y se establecen pausas programadas para descansar en zonas frescas.

“Los niños a veces no sienten que tienen sed, pero les enseñamos que tienen que beber aunque no lo noten”, explica Marc, uno de los monitores. “Al final ellos mismos van recordando a sus compañeros: ‘¡bebe agua!’, ‘póntela gorra’. Es muy bonito ver cómo se cuidan entre ellos”.

Ocio educativo sin perder el ritmo

Aunque la prioridad es el bienestar físico, el componente educativo no desaparece. Las escuelas de verano combinan el juego con actividades que fomentan la creatividad, la lectura, el trabajo en equipo o la expresión artística. En muchos casos, se trabaja por temáticas semanales: el espacio, el fondo marino, los animales, los juegos del mundo o incluso pequeños proyectos de reciclaje.

“Mi hijo llega todos los días contando cosas nuevas. Ayer vino hablando de las estrellas y de las constelaciones”, cuenta Julián, padre de un niño de 7 años. “Me parece genial que no sea solo entretenimiento, sino también un poco de cultura y curiosidad, pero sin forzar”.

Los cuentos, las manualidades, los talleres sensoriales o las actividades con música y expresión corporal ocupan las franjas más calurosas del día. Las tecnologías, como las tabletas, se usan muy puntualmente, siempre bajo supervisión y en sesiones cortas.

Relaciones, rutinas y refugio emocional

Uno de los aspectos más valorados por las familias es el impacto positivo que las escuelas de verano tienen en la rutina y el estado emocional de los menores. Después de un curso escolar intenso, el verano puede convertirse en un periodo de aislamiento, sedentarismo o incluso aburrimiento si no se proponen alternativas activas y seguras.

“Mi hija se pone nerviosa si no tiene estructura. Aquí tiene un horario, actividades, amigos. Y sobre todo, la veo feliz”, explica Estefanía, madre soltera y trabajadora por cuenta propia. “Además, como hay niños de distintas edades, aprenden a convivir, a compartir y a resolver conflictos. No es solo que estén entretenidos, es que aprenden a ser personas”.

Los propios niños también lo agradecen. “Me gusta venir porque jugamos con agua y hacemos carreras con cucharas”, dice Lía, de 6 años. “Y ayer hicimos un dibujo gigante con tizas. ¡Todo el patio se llenó de colores!”

Una red de apoyo que va más allá del juego

Aunque muchas familias pueden pagar estas escuelas, en algunos barrios se ofrecen plazas subvencionadas o programas organizados por asociaciones vecinales o entidades sociales, para que ningún niño se quede sin esta oportunidad por motivos económicos.

En algunos casos, estas escuelas también ofrecen un almuerzo ligero o fruta para media mañana, sobre todo en zonas con más necesidades. “A veces no sabes si la familia tiene aire en casa, o si van a comer fruta fresca. Aquí les damos algo saludable y fresco, y les aseguramos una mañana digna”, señala una monitora con más de diez años en el sector.

El verano ya no es lo que era

En una ciudad como Elche, donde el verano siempre ha sido caluroso, cada año la sensación térmica se intensifica. Las olas de calor son más frecuentes, duran más, y comienzan antes. Las escuelas de verano han tenido que evolucionar con rapidez, y muchas de sus coordinadoras reconocen que el futuro exigirá todavía más adaptación: instalaciones más preparadas, horarios más flexibles, y una planificación pedagógica que no ignore el contexto climático.

A pesar de las dificultades, la respuesta de familias y niños sigue siendo positiva. “Hay cansancio, sí, pero también satisfacción. Porque al final ves que el esfuerzo vale la pena”, concluye una monitora. “Nosotros cuidamos del cuerpo, pero también del verano de su infancia. Uno que merezca la pena recordar”.

En tiempos donde el clima marca ritmos imprevistos y las rutinas familiares se tambalean entre responsabilidades y calor extremo, las escuelas de verano en Elche se alzan como mucho más que un recurso puntual. Son lugares de refugio, de cuidado, de comunidad. En ellas, la infancia encuentra no solo un lugar fresco y protegido, sino también la oportunidad de seguir creciendo, aprendiendo y compartiendo. Porque incluso en medio del asfalto ardiente, del aire denso y de los termómetros al límite, sigue siendo verano. Y los niños, pase lo que pase, merecen vivirlo.

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