No conocí a Lola Puntes. Ni su voz me acompañó en la radio, ni la vi en televisión, ni leí sus columnas cuando estaban recién publicadas. Pero su nombre aparece en un jardín de Carrús, como si fuera una pista. Una señal de que, detrás de esas letras, hay una historia que no debería perderse.
Así que hice lo único que se puede hacer cuando los archivos no bastan: salí a la calle a preguntar. A los mayores. A quienes se cruzaron con ella, la escucharon, la vieron o simplemente la recuerdan. Porque, a veces, la historia no está en los libros: está en la memoria de la gente.
Y así fue apareciendo. Lola Puntes. Nacida en 1941. De Barcelona, sí, pero criada en Tortosa primero, y luego en Elche, donde realmente echó raíces. Perdió a su padre de niña, y con su madre y sus hermanas levantó una pequeña escuela en un Carrús que entonces era tierra y coraje. Enseñaban a niños que traían su silla de casa. Y ella, con apenas quince años, ya se comportaba como una maestra de raza.
Después vino la radio. Entró en Radio Elche cuando era muy joven. Dicen que tenía una voz que atrapaba y una forma de hablar que era directa, alegre, sin filtros pero sin faltar. Programas de discos dedicados, entrevistas, vida local. Era cercana sin fingirlo. Convirtió un estudio en su casa.
Vivió una historia de amor larga y secreta con el pintor Sixto Marco, una de esas relaciones que muchos supieron pero pocos contaban. Después se casó con un escultor, tuvo un hijo, y acabó criando sola. Se divorció en los años 80, cuando eso aún era motivo de susurros. A ella no le tembló el pulso.
Volvió a la radio, luego llegó a Teleelx, donde presentó su programa Las cosas de Lola durante más de diez años. Y cuando la televisión dejó de ser hogar, se pasó a la prensa escrita. Colaboró en medios locales y regionales, siempre con ese tono suyo: claro, directo, peleón si hacía falta.
No dejó nunca de escribir, ni de pensar, ni de estar atenta. Publicó un libro en 2009, Cuentos de los bosques de palmeras. Y murió en 2010, después de una vida larga y a su manera.
En 2017, el Ayuntamiento le puso su nombre a un jardín. Y allí está, junto a los árboles, con su placa. Preguntes a quien preguntes, nadie te habla de ella con indiferencia. Algunos la recuerdan con afecto, otros con admiración. Muchos dicen que fue una adelantada a su tiempo.
No la conocí. Pero después de escuchar a tanta gente hablar de ella, tengo claro que Lola Puntes fue una de esas personas que no se borran. Porque dejó huella donde estuvo, porque no se rindió nunca, porque supo vivir muchas vidas en una sola. Y porque hay nombres que, aunque no se estudien, merecen ser contados.