HISTORIA

Las Pipas Carancha: el crujido ilicitano que conquistó España (y hasta tuvo grupo musical)

La historia del snack que los carrozas juran que era mejor que Netflix, el TikTok y la cena del domingo juntos
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Daniel Ruiz Perona
29 de junio de 2025 - 00:20

A poco que uno hable con los carrozas de Elche —esos que se sientan en la plaza con gafas de sol, cruzados de brazos, y aire de que lo han visto todo— acaba oyendo la misma historia. Y siempre empieza igual: “Tú no sabes lo que eran unas pipas de verdad. Las Carancha… eso sí que eran pipas”.

Y ahí ya no hay quien los pare. Que si las cáscaras volaban como palomas de domingo, que si las uñas quedaban blancas de sal, que si con una bolsa de Carancha te hacías colega de cualquiera en el parque. Que no necesitaban móviles porque lo que unía de verdad a la gente eran las pipas. Las suyas. Las de Elche.

La leyenda —porque ya es leyenda— empieza en los años 40, con un tal Vicente Pascual Tello. Agricultor de los de toda la vida, con más tierra que Google Maps, decidió usar el apodo familiar “Carancha” —heredado de un aficionado taurino fan del torero José Sánchez del Campo, alias “Cara-Ancha”— para vender sus productos. Pero lo que lo lanzó al estrellato no fueron los tomates. Fueron las pipas.

“Tenían el tueste justo, la sal que tocaba, y el envoltorio… ¡ay el envoltorio!”, te dicen los carrozas, emocionados, como si hablaran de un primer amor. Un diseño blanco, simple, con letras rojas. Nada de marketing agresivo. La pipa era la estrella, y punto.

Mientras las demás marcas se iban al plástico y al sabor artificial, Carancha mantenía su toque de horno, su alma de merienda hecha con cariño. En los 70 y 80, no había colegio sin Carancha, ni plaza que no tuviera al menos un banco cubierto de cáscaras. Comerlas era una técnica: abrir con los dientes, soltar la cáscara con elegancia y guardarse el grano como si fuera oro. Y si eras bueno, podías mantener conversación sin dejar de pelar.

“¿Sabías que un anuncio de las Carancha lo narró Constantino Romero?”, me soltó uno en la Glorieta, con tono solemne. “Lo mismo te hacía de Darth Vader que te vendía pipas. Así eran los 80, chaval”.
Otro, sin dejar de mirar su café, aseguró que en las fiestas de 1989 se repartieron más de dos toneladas de pipas en una ‘Piparada Popular’. “Tuvimos pipas hasta en los zapatos, y felices, oye. Hoy te dan una bolsa vacía y te cobran el doble”.

Pero lo más loco de todo —y esto ya me lo contó uno con camiseta de Los Suaves— es que en los 90, un grupo punk-satírico se llamó Los Carancha, en honor a esas pipas que se comían tirados en el parque. Sacaron un disco titulado Saladas pero nuestras, cuya portada mostraba una bolsa gigante de pipas Carancha invadiendo la Gran Vía de Madrid. No era broma. Era arte con cáscara.

Y claro, también existieron ediciones míticas, como las “machadas”, con pipas más grandes, diseñadas para los auténticos maestros del crujido. Según dicen, solo los más hábiles podían pelarlas sin romperse una muela.

Hoy, en pleno siglo XXI, rodeados de snacks con nombres imposibles y sabores de laboratorio, los carrozas lo tienen claro: ninguna pipa sabe como aquellas. Todavía se buscan en tiendas pequeñas, como quien busca un vinilo viejo o una postal de cuando todo era más lento. Y más rico.

Las Carancha no eran solo una merienda. Eran una forma de entender la vida. Sin prisa, con charla, con sabor. Un símbolo de Elche que se metía en los bolsillos y se compartía como se comparten las buenas historias.

Y si les preguntas a ellos, a los carrozas que lo vivieron de verdad, te lo dirán sin dudar, con media sonrisa y una cáscara aún entre los dedos:

“Pipas Carancha… las de toda la vida”.

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