En Elche hay barrios que se caminan con los pies y otros que se caminan con la memoria. El Pla Oest es de esos que exigen ambas cosas: una buena suela y una conversación larga con alguien que viviera allí cuando todo esto eran fábricas, calles sin asfaltar y niños correteando detrás de pelotas de trapo.
Donde la brisa se cuela entre los bloques de viviendas que miran hacia la avenida de la Libertad. El bullicio es otro, pero todavía late algo de aquella época en la que esta parte del oeste ilicitano era el futuro. El Pla Oest se alzó, sin hacer ruido, entre el 58 y el 70, como respuesta a una ciudad que crecía a golpe de aguja, cuero y maquinaria. Aquellas primeras casitas con patio que nacieron sobre bancales y caminos de polvo dieron paso a naves fabriles, barrios obreros y, con los años, nuevas urbanizaciones con sabor a pasado.
Al pasear por Antonio Machado uno puede casi escuchar aún el zumbido industrial de lo que fue. Allí, donde la marca Kios se abrió hueco en los ochenta y donde Reebok fabricó sueños deportivos antes de despedirse en 2009, quedan estructuras vacías que recuerdan que Elche, y especialmente este barrio, fue potencia zapatera mundial. Hoy algunas naves resisten reconvertidas, otras desaparecieron para dejar espacio a bloques y, en una de ellas, el Centro de Salud de Doctor Sapena cuida de la gente que ahora camina esas mismas aceras.
Pero si hay un pulmón, un corazón verde, un refugio de tardes y meriendas, ese es el Jardín 9 d’Octubre. Lo llaman el centro de convivencia, pero en realidad es un pequeño milagro: la única zona verde del barrio, esa que se salvó cuando en lugar de otro jardín se construyó el colegio Virgen de la Asunción. Aquel centro escolar, inaugurado en 1962, fue un pionero, como lo fue el barrio entero en acoger a los que venían de fuera con la maleta cargada de esperanzas y sin miedo al trabajo duro.
El Pla Oest es un barrio de equilibrios: entre Reina Victoria y la calle Poeta Miguel Hernández, entre pasado industrial y presente multicultural. Uno de cada cinco vecinos es de otro país, y sin embargo, el alma obrera se mantiene, con sus aceras de paso firme y comercio de barrio. La parroquia de San Agatángelo, en sus modestos bajos, da cobijo a las celebraciones del patrón de Elche cada febrero, cuando este barrio modesto y castizo se viste de fiesta y lanza su procesión hacia el corazón de la ciudad.
Aquí viven 8.597 personas. Muchas más si contamos las historias. Un 22% son extranjeras. Un 81% de las viviendas tienen más de 30 años. La renta media es modesta, apenas 8.007 euros, pero hay algo que no cabe en las estadísticas: el orgullo de quienes han visto cambiar su calle y siguen creyendo que el futuro también se construye aquí.
Porque el Pla Oest no tiene mar, ni palmeras centenarias, ni avenidas fotogénicas para Instagram. Pero tiene historia, identidad, y una de las densidades más altas de afecto por metro cuadrado. Un barrio que, sin decirlo, nos recuerda que Elche se sostiene en esos lugares donde la gente se saluda por el nombre y el pan se compra aún en la panadería de toda la vida.
Aquí no hay postureo. Hay vida.