Si vas rumbo a la pedanía ilicitana de Asprillas por la CV-854 y te fijas bien, antes de llegar verás el Club de Tenis Elche. Justo ahí, como quien no quiere la cosa, se alza una torre centenaria que ha visto de todo menos raquetas. Es la Torre Palombar, una joya arquitectónica de la huerta de Elche, medio escondida, medio olvidada… pero con una historia que grita fuerte desde hace más de 450 años.
Esta torre no es una más. Su origen se remonta al siglo XVI, cuando los piratas berberiscos, con Salah Rais al frente, se colaron por la costa del Pinet aprovechando que los vigías estaban más pendientes de los contrabandistas que del horizonte. Saquearon la villa de Elche, arrasaron con enseres y secuestraron a varias personas. El susto fue tan grande que las autoridades decidieron tomarse la seguridad en serio.
Así nació el Resguardo de la Costa, un sistema defensivo a base de torres vigía repartidas entre la costa y la huerta. Palombar fue una de ellas, junto a otras como Ressemblanc, Carrús, o las de Tamarit y Pinet. Todas formaban parte del sistema diseñado por el ingeniero italiano Giovanni Baptista Antonelli (sí, el de la fortaleza de Santa Pola).
Pero volvamos a Palombar. De construcción bajomedieval, hecha de mampostería y sillares, la torre fue también residencia de verano de la familia noble Soler de Cornellá, emparentada con la mismísima Condesa de Luna. En invierno, vivían frente a la Basílica de Santa María, en la icónica “Casa dels Lleons”, hoy protegida como Bien de Interés Cultural.
Hoy, la torre es una parte privada de una finca anexa al club de tenis. Ha sido restaurada, pero ya no muestra su cara original. Se le añadieron accesos para que las palomas puedan entrar y salir —de ahí su actual nombre—, convirtiéndola en una suerte de palomar de lujo con pasado pirata.
Eso sí: si estabas pensando en visitarla… tendrás que conformarte con verla desde fuera. La torre no es visitable, pero su silueta sigue recordándonos que en Elche, que hasta las palomas tienen historia.