En la penumbra solemne de la Basílica de Santa María, cada mes de agosto, una joya del arte sacro vuelve a brillar con la misma fuerza que hace más de dos siglos y medio. Es la cama de la Mare de Déu, una obra única que combina devoción, maestría artesanal y un viaje transoceánico que la trajo desde Lisboa hasta Elche para siempre.
El origen de esta reliquia se remonta a 1747, cuando, mediante legado testamentario, Gabriel Ponce de León (1667-1745), duque de Aveiro y marqués de Elche, ordenó que fuera enviada a la Patrona. Los administradores de los bienes de la Virgen iniciaron entonces los trámites para traerla desde Portugal. El 23 de agosto de 1753 partió por mar desde Lisboa y, un año después, el 15 de agosto de 1754, la imagen de la Virgen fue expuesta por primera vez en este majestuoso lecho para la celebración de las Salves.
El Cabildo de aquel año dejó constancia del momento:
“La magnífica cama que sirve en el octavario de la festividad de Nuestra Señora de la Asunción se trajo de Portugal; regalo de D. Gabriel Ponce de León… fue la primera vez que se colocó en ella a esta divina Señora, para la celebración de las Salves con que se la obsequia anualmente”.
El lecho es de grandes dimensiones, pensado para un altar mayor. Fabricado en ébano, está sostenido por cuatro columnas torneadas decoradas con bronce y plata, coronadas con ramilletes de adormidera, símbolo del sueño eterno. La cabecera, quizá su parte más sobrecogedora, está recubierta por completo de plata labrada y rematada por seis pináculos con pomos de flores y granadas, flanqueados por bellotas. En su centro, seis pequeños arcos guardan la imagen de un ciprés, otro símbolo ligado al descanso y la muerte.
Por su tamaño, durante el año solo puede verse la cabecera y dos columnas en el Museo de la Virgen de la Asunción, pero del 16 al 22 de agosto la cama se monta por completo sobre un tablado ante el altar mayor, en un acto que convierte la Octava de la Asunción en un momento de íntima cercanía con la Patrona.
La última gran intervención que ha vivido esta joya se produjo entre 1989 y 1997, cuando fue restaurada por el orfebre valenciano Francisco Pajarón Andreu, devolviendo el brillo original a sus piezas de plata y bronce.
No es solo una obra de arte. Es un símbolo de fidelidad y entrega que viajó por mar para quedarse en Elche, y que, cada agosto, sigue recordando que la devoción también puede tallarse en ébano y plata, y atravesar siglos sin perder su luz.