En Elche, entre palmeras y huertos que guardan siglos de historia, hay nombres que permanecen vivos por lo que significaron para la ciudad. Uno de ellos es el de José Ferrández Cruz, alcalde de la ciudad ilicitana entre 1957 y 1961, empresario y defensor de la educación y la cultura local. Desde joven, Ferrández Cruz soñó con mejorar la vida de su pueblo; tras superar los obstáculos de la Guerra Civil, dirigió la empresa familiar, impulsó viviendas sociales, guarderías y escuelas para sus trabajadores, y transformó la ciudad con obras como el asfaltado de calles, el alumbrado público y el Ambulatorio de San Fermín, siempre sin perder de vista la cultura y las tradiciones. Hoy en día, su nombre perdura en la ciudad dando nombre a un colegio público de Elche.
Su hija, Ana Ferrández Bañón, revive hoy aquellos años con una mezcla de asombro y cariño: una infancia “mágica y misteriosa” junto a un padre disciplinado y trabajador, pero también cercano, divertido y valiente. Desde los juegos en el jardín familiar hasta los días en el mar, comiendo melocotones mientras su padre la guiaba entre el sol y las olas, Ana recuerda a un hombre que le enseñó a amar la naturaleza, a afrontar la vida con entereza y a mantener siempre la mirada puesta en ayudar a los demás, sin importar su estatus social. Su relato ofrece un retrato íntimo de quien no solo transformó Elche, sino que dejó un legado de humanidad y dedicación que sigue vivo en su ciudad y en quienes lo conocieron.
“Quiero advertir que, aunque somos más hermanos, esta opinión es absolutamente mía, y me hago responsable de lo que digo sin mezclar a mis demás hermanos”
– ¿Cómo recuerda su infancia junto a su padre?
Mágica y misteriosa. Sobre todo mi infancia, la recuerdo ahora de adulta con más riqueza y con más capacidad de asombro por todas las posibilidades que mi padre me brindó. Desde los globos de luz que ponía en verano, que los hinchaba con algodón y alcohol para hacerlos volar por el cielo a la casa jardín que él mismo construyó en su día, creyendo que no iba a tener hijos, y finalmente tuvo siete. Era un espacio con un palomar y con todas las especies mediterráneas que conocía entonces. A lo largo de mi vida siempre he pensado que el mundo era como aquel jardín que conocí en mi infancia.
– ¿Cómo era su padre en la intimidad del hogar, más allá de su faceta pública?
En el hogar era un hombre disciplinado y muy trabajador. A veces traía su mal genio y su mal humor por todo el peso del trabajo que llevaba. Pero eso aparecía de forma puntual y luego jugaba con nosotros a los indios, él era el gran jefe. No tenía ningún reparo en sentarse con nosotros en medio de las piedras como si fuera nuestro campamento de indios.
Jugábamos al escondite, nos revolcábamos por el suelo, nos llevaba a navegar… Y, sobre todo, creo que nos hizo amar profundamente la naturaleza.
– ¿Cómo compaginaba su papel de empresario y alcalde con su vida familiar?
Era un hombre muy trabajador. Los fines de semana traía todos sus deberes en maletas y portafolios. Le encantaba comer con todos nosotros y después continuaba trabajando para tener todos sus deberes preparados para el lunes.
Pero cuando estaba con nosotros, tenía muy claros sus momentos de descanso y de soledad para sí mismo. Y sabía diferenciarlo de los momentos en los que seguía preparando el trabajo que tenía y que solo podía resolver él.
– ¿Cómo veía él el papel de alcalde en una ciudad como Elche en los años 50-60?
Yo era muy pequeña en ese momento, tendría unos siete u ocho años. A mí me fascinaba, nunca lo vi encima de un pedestal. Recuerdo escenas en el jardín del huerto de la casa familiar, donde estaban los cantores y la gente de la fábrica, según la ocasión. Para mí todos estábamos unidos en una línea horizontal: no había nadie mejor que nadie, simplemente compartíamos un espacio.
Yo quería crecer para poder sentarme en esa mesa, porque como niña no podía estar con los mayores. Observaba desde lejos, pero siempre tuve la sensación de que mi padre era un hombre horizontal, no vertical. Quería que todos fuéramos pueblo y disfrutáramos de las mismas oportunidades que a veces unos tienen y otros no.
– ¿Qué siente al ver que hoy existe un colegio público con el nombre de su padre?
Me emociona que, con tantos cambios de nombres de calles, de política y de políticos, se siga manteniendo su nombre. Recuerdo que antes de existir el colegio Ferrández Cruz, aquel era mi huerto, donde me aprovisonaba de los mejores dátiles cuando salía del cole con hambre.
Siempre que lo veo pienso en lo fascinante que era para mi padre la lectura y el aprendizaje. Me imagino que el Ferrández Cruz es consecuencia de poner en la realidad parte de lo que él amaba: los libros, la cultura y la instrucción. Para mí, la educación puede hacer que las personas seamos más iguales unas con otras y tengamos más recursos para afrontar la vida.
– ¿Cómo reaccionaba él frente a las dificultades o los momentos de crisis?
Creo que era un hombre muy valiente, porque trabajaba mucho. En momentos puntuales tenía problemas de salud. Lo que más recuerdo eran sus ataques de riñón, que lo vivía terriblemente mal porque tenía piedras. Siempre me decía: “Ana, esto es como un parto seco: no tienes bebé, pero tienes un dolor inmenso”.
Otro de los momentos difíciles fue cuando perdió su ojo derecho por un glaucoma. Sin embargo, yo siempre lo veía entero, afrontando lo que le tocaba con la entereza de resolverlo lo mejor posible con los medios de aquella época. Siempre tengo el recuerdo de su entereza.
– ¿Cómo era la relación de su padre con los vecinos de Elche, más allá de los cargos oficiales?
Mi recuerdo, y me gustaría que se entienda que es sólo mi opinión, es el de un hombre campechano. Yo lo veía hablar siempre en valenciano. Le preguntaba: “Papá, ¿por qué no me has enseñado valenciano?”. Y él respondía: “Es la lengua que hablo con quien creo que debo hablarla”. Después, cuando fui a Cataluña, aprendí catalán creyendo que era una forma de aprender el valenciano que en su momento no se me ofreció.
Siempre lo recuerdo riendo, buscando la relación con la gente más humilde, más sencilla, y tratándolos de tú a tú. Para mí era un regalo ver cómo se relacionaba, tanto con las personas sencillas como con las poderosas, siempre trataba a todos del mismo modo.
– ¿Cuál diría que era la mayor pasión personal de su padre fuera del trabajo y la política?
Me da risa, pero creo que su mayor pasión era desafiar a la naturaleza. Como era la mayor de los hijos, pienso que en el fondo le hubiera gustado que su primogénito fuera un hombre. Me trataba como tal y me llevaba a lugares a los que sólo iban hombres.
Su gran desafío era enfrentarse con toda la bravura posible al mar. Yo era su grumete y muchas veces me asustaba: “Papá, las olas están muy altas, los marineros no han salido hoy”. Los marineros nos miraban con miedo, pero él respondía: “Sólo tengo un día de descanso y tengo que ir al mar, esté como esté”.
Mientras yo tragaba saliva al ver las olas gigantes, lo veía tranquilo al timón, como si hablara y bailara con ellas. Yo me avergonzaba de mi miedo, porque él parecía no tener ninguno. A veces he pensado que nunca podría vivir mi vida con la fuerza con la que él vivía la suya.
– ¿Cómo describiría su relación con él?
Era una relación ambivalente. A veces le tenía miedo, pero ese miedo no me impedía acercarme a él. Me sentía muy unida y le decía que quería ser su secretaria cuando fuera mayor. Él respondía que no, que eso sería terrible, que tenía que elegir un camino distinto.
Me gustaba lo que decía y cómo lo decía. Cuando tenía un problema y se lo contaba, me reconfortaba escucharlo. Incluso ahora, con 75 años, me vienen a la memoria sus palabras. Para mí fue un hombre sabio, certero, muy especial, y ha sido un regalo que haya sido mi padre.
– ¿Era una persona estricta, cariñosa, divertida? ¿Recuerda alguna anécdota especial que refleje su carácter?
Era una persona muy estricta y cariñosa en momentos puntuales. Antiguamente parecía que el cariño se recetaba gota a gota: era difícil encontrarlo en lo cotidiano. Pero yo lo sentía en pequeños gestos.
Nos llevaba a las vías del tren a poner monedas antiguas para que las aplanaran las ruedas, y aquello era una fiesta para nosotros. Recorríamos con él el campo de Elche hasta el pantano y no encontrábamos ni un papel, ni una lata, ni una bolsa de basura, ni un plástico. Todo era naturaleza, y él nos enseñó a amarla y a respetarla. Ese es uno de los mayores legados que conservo en mi corazón hacia él.
– ¿Qué le gustaba hacer a su padre en su tiempo libre?
Sentirse libre. Su forma de hacerlo era salir con un pequeño barco de pescadores que compró, llamado La Dolorosa. Sus travesías más frecuentes eran entre Santa Pola y Tabarca. Cuando alguien le sugería comprarse una casa en la isla, él respondía que las casas te hacen responsable de ellas y de lo que contienen, mientras que el barco sólo implicaba encender el motor y limpiarlo después.
También se desfogaba de sus responsabilidades nadando. Lo hacía como una marsopa, podía avanzar mar adentro sin cansarse, absolutamente ligado al mar, a las olas, al sol, al viento. En tierra tenía la misma actitud.
– ¿Tenía algún lugar favorito en Elche?
Sí, El Hondo. Para mí fue un privilegio que me llevara allí a las cuatro de la mañana, a El Marfil, donde todo eran cazadores y hombres madrugadores. Yo iba en pijama, porque en aquella época no había ropa deportiva, y compartía aquel espacio que él alquilaba para cazar patos.
Yo estaba fascinada con el color de los patos y el agua, no con los tiros. Mi padre siempre necesitaba estar en contacto con la naturaleza: el campo de Elche, el palmeral, los campos de fruta heredados de sus padres y abuelos, o el Mediterráneo, que atravesaba con su barco.
Lo que más le partiría el alma, menos mal que ya no está, sería ver lo que los seres humanos estamos haciendo con la naturaleza. Yo misma, hablando con él en mis recuerdos, le digo: “Menos mal que has muerto, porque se te partiría el alma de ver cómo está el campo de Elche, cómo está el mar”.
Él solía decirme: “En el momento en que todos puedan venir a disfrutar de la naturaleza, ya no será lo mismo”. Era un hombre sabio.
– ¿Cómo describiría el legado que dejó su padre, no solo como alcalde, sino como persona?
No sé si hoy ese legado aún se ve. Me imagino que las personas que lo conocieron tendrán su recuerdo en el corazón, como me ocurre a mí, que aunque sea su hija tenga recuerdos de él como persona. Habrá personas que recuerden sus convivencias, sus palabras, su risa, sus malhumores. Otros quizá ya no sepan ni que existió.
Pero la vida es así, los seres humanos queremos perdurar, y sin embargo lo más importante es vivir el aquí y el ahora, lo único que podremos llevarnos a la muerte.
– ¿Qué cree que pensaría él de cómo ha evolucionado Elche en estos años?
No puedo hablar en su nombre, pero conociendo lo que conocí de él, no sé si le gustaría el Elche de hoy. La naturaleza estaba más cuidada entonces, y las relaciones humanas eran más cercanas. Ahora, con tanta población y tanta migración, es más difícil. Yo creo que no le gustaría, pero él vivió lo que le tocaba y ahora nos corresponde a nosotros vivir lo nuestro.
– ¿Cuál es el recuerdo más bonito que guarda de él?
El recuerdo más hermoso que tengo de él, creo que es el primer recuerdo de mi vida. Con dos años, yo estaba desnuda en la popa de un velero llamado María Teresa, comiéndome un melocotón anaranjado y rojizo, lleno de esa pelusa que me acariciaba la boca mientras la mordía. Él estaba a mi lado llevando el barco, y yo pensaba que la vida iba a ser siempre eso: atravesar el mar con un sol maravilloso, con un buen patrón a mi lado, comiendo un melocotón.
En mi mente imaginé como alguien le decía: “Pepe, que llevas un bebé y va a entrar levante, será mejor que pongamos popa al viento y volvamos a Santa Pola”.
Mi vida después ha tenido muchos vientos y tempestades, pero sigo creyendo que la vida es eso: estar al lado de tu padre, que te cuida, te guía y te protege, en un barco maravilloso, comiéndote un melocotón. Y así me gustaría que fuera hasta la muerte.