No suele ser lo normal, eso de que tal vez la obra literaria que más nos guste, sea de un vecino de tu pueblo, y menos, que conozcas a ese vecino a tal punto de haber tenido el placer y el lujo de haber compartido con él largas charlas, cafés, penas y risas. No es lo normal, pero si, es mi caso, y es que, soy un tío con suerte. Hablo de un ilicitano ilustre como sin duda lo fue y mientras tengamos memoria, lo será, D. Manuel Vicente Segarra Berenguer, al que algunos conocen como ‘el tipo del bibliobús’, donde el rostro del autor a tres caras no deja indiferente a nadie.
De entre todas sus obras, todas muy fáciles de leer, entretenidas y vibrantes, les voy a recomendar, y encarecidamente, su trilogía, que se compone de los títulos; Acero del rey, Cruces de seda y Cajas de guerra. Esta, es la trepidante y divertidísima historia que allá por finales del siglo XVI, trascurre casi toda ella en la comarca (Elche, Santa Pola, Tabarca, Orihuela, Aspe, Crevillente…). Son muchos sus personajes, pero dos soldados de los viejos tercios de Italia y Flandes, sobre un resto muy amplio de soldados, cada cual, con su manía, son los que llevan el peso de una historia magníficamente relatada.
No faltan en ninguna de estas tres novelas; los estirados nobles, las amables prostitutas, los religiosos escrupulosos y sibaritas, los agudos comerciantes y, todas esas otras gentes, más, menos, o nada pendenciaras, que vivieron una época donde pese a la amenaza constante de los corsarios berberiscos, las rivalidades regionales (que nunca falten), la inquisición, y lo que costaba sacar para comer cada día, y a ser posible, con el mínimo esfuerzo. Tenían sus amoríos, agudizaban su picaresca y, por supuesto, disfrutaban del vicio todo lo que buenamente podían. En esto último hemos cambiado poco, antes, tan solo, no era monopolio de los políticos.
Si debo de comentar que, el último de los títulos ‘Cajas de guerra’, vio la luz meses después a la muerte de su autor y gracias al enorme trabajo de una parte de la familia, y de su editor. Todo, debido a que su autor, que como todos los genios era muy suyo, sobre esta misma obra tenía varios frentes abiertos y no pocos manuscritos en papel, algunos incluso, escritos a pluma con una letra diminuta sobre servilletas de cafetería. Recomponer esta última parte de un trabajo de muchos años, fue como dar forma a un enorme rompe cabezas de fichas diminutas, trabajo que yo, personalmente, como fan incondicional de esta obra, agradezco a esa parte de familia del autor, y claro que si, a su editor.
Viento del infierno entre los astiles,
entre el hierro agudo de las picas.
Viento de fuego que golpea entre jadeos,
que rompe la carne,
que mezcla la sangre y la saliva.
Manuel V. Segarra Berenguer.