OPINIÓN

Bienvenidos a Jovenlandia

11 de junio de 2024 - 10:30
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Cuando me vine a vivir a Madrid, además de las inmensas posibilidades que pasaba a tener, no sólo en el ámbito profesional, sino también en mi vida social, sabía que, además, iba a adquirir determinados riesgos. Es lo que tienen las grandes ciudades, en las que, como diría mi madre, “hay de todo, como en botica”. Zonas a las que nunca acudir y personas con las que es mejor no cruzarse forman parte también de la vida en la capital.

Lo que no me llegué a imaginar nunca es que aquellas imágenes tan crueles que acostumbraba a ver por la televisión iba a continuar viéndolas a través de la pantalla, pero esta vez reconociendo e identificando a la perfección el lugar de los hechos. Durante la semana pasada circularon por las redes sociales imágenes de una reyerta en las fiestas de La Hoya, en las cuales uno de los implicados corrió, navaja en mano, detrás de otro hasta asestarle dos puñaladas.

Afortunadamente, no ha habido que lamentar grandes consecuencias, ya que la persona que sufrió el ataque fue rápidamente atendida y hospitalizada. Pero sí hay una consecuencia en la que he querido reparar. Cuando el altercado se convirtió en noticia, los medios de comunicación volvieron a utilizar la expresión “un grupo de jóvenes” para referirse a los agresores. Se les volvió a olvidar el pequeñísimo detalle de mencionar que estos jóvenes eran de origen magrebí.

Ésta es la tónica habitual cuando se cometen todo tipo de delitos violentos, como agresiones, violaciones e incluso homicidios. Cuando son cometidos por nacionales, se convierten en noticia durante semanas, nos enseñan sus rostros, su nombre completo y hasta su lugar de procedencia. Sin embargo, cuando habitualmente vemos que estos delitos son cometidos por “un joven”, al investigar un poquito nos encontramos enseguida con que el origen, que se oculta, es siempre el mismo.

Con esta forma de proceder, los medios de comunicación están haciendo un flaco favor a la población en su conjunto, incluidos aquellos inmigrantes que forman parte de la sociedad, que se dedican a intentar ganarse la vida sin molestar a nadie, igual que la mayoría de los españoles. Porque esto no es un grito contra la inmigración, ni muchísimo menos contra el color de la piel. Esto es una llamada al orden y al comportamiento civilizado, que la mayoría de los inmigrantes acepta y del que participan activamente.

La inmigración, per se, es un fenómeno positivo para España, habida cuenta del bajísimo índice de natalidad que los españoles estamos proyectando en nuestro país. Pero para que ese fenómeno siga siendo positivo, tenemos que fomentar la integración de los inmigrantes en los valores occidentales que tan grande han hecho a España y a Europa y que, por desgracia, comienzan a estar en decadencia. Y dejar muy claro que este país no puede aceptar a quien viene a imponer su intolerancia y su incivismo.

Si continuamos ocultando que hay una inmigración en concreto, cuyo origen siempre está en los países del Magreb, si seguimos mirando hacia otro lado, alimentaremos el racismo y la xenofobia, dándole alas a los salvajes que dicen que hay que echarlos a todos, incluídos a quienes aceptan gustosamente la cultura y forma de vivir del país que, también gustosamente, les ha acogido.

Si no atajamos de una vez el problema, esas imágenes tan duras que vemos de países europeos como Francia o Bélgica, dejarán de parecernos lejanas. España, junto con Europa, perderá sus valores de civismo y paz que durante tantas décadas ha costado conquistar, y se convertirá en una barbarie dominada por “grupos de jóvenes”, que impondrán el caos como norma.

Y a quienes vengan a visitarnos, tendremos que decirles: Bienvenidos a Jovenlandia.