HISTORIA

Cuando dejó de llover en Elche y se acabó FACASA

Una fábrica ilicitana, medio siglo de historia y 486 trabajadores desaparecieron entre conflictos laborales, sequías eternas y el lento derrumbe del franquismo
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Daniel Ruiz Perona
15 de junio de 2025 - 00:35

Durante décadas, FACASA fue una de esas fábricas que marcaban el pulso del calzado en Elche. Su especialidad era el calzado de goma, de esos que solo se usan cuando el cielo amenaza tormenta. Y sí, puede sonar irónico, pero el principio del fin llegó cuando la lluvia decidió dejar de caer. Tres otoños secos bastaron para arrastrar una empresa con casi medio siglo de historia al borde del abismo. Pero el clima solo fue el detonante. Lo que vino después fue una tormenta perfecta de malestar laboral, crisis económica y decisiones empresariales que no supieron leer el cambio de época.

El primer síntoma llegó en el verano del 74, cuando casi un centenar de trabajadores se plantaron ante la dirección por las fechas impuestas para sus vacaciones. Aquella chispa encendió una mecha larga y tensa. En diciembre, más de cien empleados exigían que se revisaran sus categorías profesionales, caso por caso. El discurso del orden y la armonía que sostenía el régimen franquista se resquebrajaba también dentro de las fábricas, y FACASA no fue la excepción.

En vez de diálogo, llegó el recorte. En febrero del 75, la empresa propuso una suspensión temporal de la plantilla hasta dejar solo a 50 productores. Lo justificó todo con una lista de males: crisis energética, encarecimiento de materias primas, subida de sueldos, caída de la demanda, exceso de stock… incluso las sequías entraban en el paquete de excusas. El problema, sin embargo, iba más allá del clima.

Meses después, se seguían enviando informes a los comités internos intentando sostener una imagen de normalidad. Pero bastaba con mirar las líneas de producción para ver que los pedidos no llegaban. Las ventas de calzado de goma habían caído a menos del 20% respecto al año anterior. La empresa ya no podía pagar ni a sus proveedores ni a su gente. Para poder cumplir con las nóminas, se hipotecó una finca. Y luego se vendió.

El 76 amaneció con un expediente de regulación de empleo que pedía suspender totalmente la actividad durante seis meses. Trabajo lo rechazó, pero el deterioro era ya irreversible. En abril, más de doscientos trabajadores denunciaron ante la Delegación Provincial que la empresa los mantenía en plantilla sin actividad real. Acusaban directamente a la dirección de estar fabricando su propia quiebra.

Lo más llamativo es que el principal acreedor no era un banco cualquiera, sino el propio fundador, Antonio Brotons Oliver. Durante años había puesto su propio patrimonio al servicio de la empresa, una lealtad que terminó arrastrando su fortuna personal junto con la historia de FACASA.

Mientras tanto, entre los trabajadores surgía la esperanza de salvar lo que quedaba. Se planteó una fórmula de continuidad en forma de cooperativa. Pero no cuajó. Solo seis personas apostaban por mantener viva la fábrica. La mayoría eligió cerrar el capítulo. En julio de 1976, Trabajo autorizó finalmente la rescisión de los contratos. Fueron 486 despidos, acompañados de una mejora en las indemnizaciones. FACASA ya no tenía futuro. Solo quedaba silencio, rumores de una operación urbanística millonaria y el recuerdo de una empresa que había sido parte del alma industrial de Elche.

FACASA fue una más entre tantas que no sobrevivieron al cambio de década. Como Ripoll, Hiladora Ilicitana o Viuda de Pérez, cerró arrastrando un modelo de empresa familiar sin relevo ni adaptación. Un símbolo de cómo la industria ilicitana entraba en otro tiempo.

No fue solo una cuestión de lluvia. Fue una cuestión de historia. Y de no saber, o no querer, cambiar a tiempo.

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