HISTORIA

El Cementerio Viejo de Elche: Testigo de una epidemia que transformó la ciudad

Con más de 200 años de historia, este camposanto, originado por la crisis de la fiebre amarilla, es hoy parte de la Ruta Europea de Cementerios, destacándose por su singular arquitectura y relatos de tragedia y resistencia
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Iván Hurtado
02 de noviembre de 2024 - 11:39

Elche, conocida por su valioso legado histórico y arquitectónico que incluye joyas como la Torre de la Calahorra y el Palacio de Altamira, guarda entre sus rincones un espacio que es testigo silencioso de una de las peores crisis que ha enfrentado la ciudad: el Cementerio Viejo. Construido en 1811, este cementerio es más que un lugar de descanso eterno; es un símbolo de la resiliencia de una ciudad que vivió una de las epidemias más devastadoras de su historia.

Durante el verano de 1811, Elche fue azotada por un brote de fiebre amarilla que llegó con un regimiento de soldados provenientes de Cartagena, ciudad que ya había sufrido los estragos de la enfermedad. El contagio se propagó rápidamente, especialmente tras la celebración del Misteri d’Elx, que, a pesar de las advertencias del médico Diego Navarro, no fue suspendida. La aglomeración de personas durante las festividades contribuyó a que la epidemia alcanzara niveles alarmantes, registrando hasta 400 muertes en un solo día de septiembre. En total, la fiebre amarilla se cobró la vida de cerca del 40% de la población, reduciendo a Elche de 20.000 habitantes a casi la mitad.

Ante la creciente mortalidad, la Junta Sanitaria local tomó medidas drásticas: se prohibieron los entierros en el interior de la ciudad y se habilitó un terreno en la salida hacia Crevillente para depositar los cadáveres en zanjas que servían de fosas comunes. Las escenas que se vivieron durante aquellos meses fueron dantescas. La enfermedad no distinguió entre clases ni profesiones; médicos, monjes, funcionarios y hasta los presos que habían sido liberados para realizar labores de enterramiento cayeron ante la epidemia. Las calles y solares se convirtieron en improvisados cementerios por la falta de espacio y personal que atendiera la crisis.

Con el cese de la epidemia en noviembre de 1811, que dejó un saldo de aproximadamente 11.000 fallecidos, la ciudad tomó la decisión de establecer un cementerio formal fuera de sus muros, dando lugar al Cementerio Viejo. Este camposanto no solo fue un necesario espacio de sepultura, sino que con el tiempo se transformó en un monumento a la memoria colectiva de Elche, albergando impresionantes panteones y tumbas que narran historias de dolor y sacrificio, como el mausoleo de la familia Ibarra Santamaría y los memoriales de caídos en diferentes etapas de la historia.

En 2010, este lugar fue incluido en la Ruta Europea de Cementerios, un reconocimiento a su relevancia como patrimonio cultural e histórico. Esta red internacional, compuesta por 53 cementerios en 39 ciudades de 18 países, resalta la importancia de los camposantos como guardianes de la identidad cultural y religiosa de Europa. El Cementerio Viejo de Elche, con su imponente arquitectura y las historias que resguarda, se ha consolidado como un punto de interés no solo para historiadores y visitantes, sino también como un recordatorio del coraje y la unión que mantuvieron a la comunidad ilicitana en pie durante una de sus pruebas más duras.

Este espacio funerario sigue siendo hoy en día un lugar que inspira respeto y reflexión. A través de sus siglos de existencia, ha guardado las historias de generaciones y se erige como un símbolo perenne del paso del tiempo, recordando a todos los que lo visitan los sacrificios y la fortaleza de quienes enfrentaron una de las páginas más difíciles de la historia de Elche.

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