ESTUDIO

El secreto del equilibrio en el aire de las moscas estaba dentro de una miniala

Investigadores de la UMH y el CSIC descubren cómo una estructura celular interna en el halterio permite a estos insectos volar con precisión quirúrgica
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Iván Hurtado
14 de junio de 2025 - 00:32

Las moscas no vuelan por arte de magia, aunque a veces lo parezca. Lo hacen gracias a una pieza diminuta, casi invisible, que les permite mantenerse estables y hacer piruetas imposibles. Se llama halterio y ahora, un equipo del Instituto de Neurociencias (centro mixto de la UMH y el CSIC), ha revelado su arquitectura interna, resolviendo uno de los misterios del vuelo más preciso del reino animal.

El halterio es una ala modificada, una especie de balancín anatómico situado justo detrás de las alas principales. Actúa como un giroscopio biológico y sin él, las moscas no podrían controlar su vuelo. Pero lo que no se sabía –hasta ahora– era cómo esta estructura mantenía su forma y, por tanto, su función.

El laboratorio dirigido por José Carlos Pastor Pareja ha dado con la clave: una red interna de tensores celulares que conecta sus dos superficies. Nada de una bolsa hueca, como se pensaba. Este órgano funciona como una carpa tensa entre cuerdas celulares: si se sueltan, todo se viene abajo. El hallazgo se ha publicado en la revista Current Biology.

Durante la metamorfosis de la mosca, el halterio se forma a partir de una capa celular plana. Lo que ocurre después es casi ingeniería viva: primero se degrada una matriz de colágeno que separaba las dos caras del halterio, luego entran en juego las células con proyecciones que atraviesan esa capa, se adhieren con otra proteína –la laminina– y forman un armazón interno que estabiliza el órgano frente a las tensiones del vuelo.

Y esas tensiones no son poca cosa. Hay una fuerza tirando de la base y otra anclando el halterio al exoesqueleto de la mosca. Solo este sistema de tensores celulares consigue mantener el equilibrio entre ambas y conservar su forma redondeada, esencial para la función giroscópica.

El equipo utilizó modelos genéticos de Drosophila melanogaster, moscas con mutaciones que eliminaban esa estructura de soporte. El resultado fue contundente: el halterio colapsa, se alarga y pierde su función. Microscopía electrónica y grabaciones en vivo durante la metamorfosis completaron el análisis.

Más allá de las moscas, este trabajo aporta pistas sobre cómo se forman los órganos en los animales y cómo logran mantener su forma. Un conocimiento que puede inspirar desde nuevas estrategias en bioingeniería hasta diseños de estructuras biomiméticas para tecnología o medicina.

Este estudio, con colaboración internacional desde la Universidad de Tsinghua (China) hasta el CBMSO-CSIC-UAM y la Universidad de Alicante, ha contado con el respaldo de programas como el Severo Ochoa, la Fundación Ramón Areces y la Fundación Nacional de Ciencia de China.

Una lección más de cómo la naturaleza es capaz de resolver problemas estructurales con precisión milimétrica. Y, de paso, una muestra del talento investigador que sigue brotando en Elche y alrededores, donde se estudia con detalle hasta el más mínimo batir de alas.

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