Elche y los tranvías tienen una historia escrita entre ilusiones y desencantos. Hace más de un siglo, la ciudad ya tuvo uno. Era un convoy a vapor que sacudía las calles con estruendos metálicos, levantaba nubes de polvo al pasar y desesperaba a quienes lo esperaban porque iba tan lento que muchos decían que casi se podía seguir andando a su lado. Aquel invento se inauguró en 1905 y lo bautizaron con ironía como Chicharra. El nombre le venía de perlas: sonaba como el insecto y resultaba igual de persistente.
La aventura fue posible gracias a la inversión de una compañía belga que se atrevió a tender raíles en una época en la que nada era fácil. El trazado atravesaba campos, pedanías y el mismo centro de Elche, donde se colaba por la Corredera y la Glorieta antes de cruzar el Puente de la Virgen. Aunque el plan inicial era transportar vino desde el puerto de Alicante, acabó moviendo mercancías de lo más variado y, sobre todo, a centenares de viajeros que subían resignados a un viaje con más ruido que velocidad.
En esa ruta, la estación de Torrellano se convirtió en punto neurálgico. La pedanía pasó de ser un enclave agrícola a sentirse parte de una modernidad que hasta entonces le quedaba lejos. Tanto peso tenía la parada que hubo quienes intentaron rebautizarla como “Santa Pola”, un gesto que habría borrado la identidad local. Finalmente se impuso el sentido común y quedó el nombre que debía ser: estación de Torrellano. Para los vecinos supuso abrirse al mundo. Allí llegaban noticias, productos y visitantes, y aunque el Chicharra no sobrevivió más allá de unos pocos años, dejó una huella imborrable en la memoria de la pedanía.
El tranvía fue pionero en España, pero también un fracaso económico. La competencia con los Ferrocarriles Andaluces llevó a una guerra de precios que redujo viajes y vació sus cuentas. Apenas cinco años después de arrancar, la línea se fue apagando hasta quedar abandonada. Fue un proyecto adelantado a su tiempo que murió víctima de la falta de visión de las instituciones y del eterno desinterés por dotar a Elche de infraestructuras a la altura de su población.
Más de un siglo después, el sueño vuelve a rodar. La Generalitat ha dado el paso para que el Ayuntamiento empiece a diseñar el trazado del nuevo tranvía, con la idea de conectarlo al TRAM de Alicante y de convertirlo en una alternativa real para mover a miles de personas. Nada de humo, chirridos ni polvaredas. Esta vez la apuesta es por la energía eléctrica, la velocidad moderna y el silencio de un transporte sostenible que puede cambiar la movilidad en el sur olvidado de la provincia de Alicante.
La historia invita a la comparación. Aquel tranvía de vapor se anunciaba como el futuro, aunque apenas duró un suspiro. El nuevo proyecto se presenta con la ambición de quedarse para siempre y de dar a Elche lo que lleva décadas reclamando. El Chicharra se ganó un apodo irónico que todavía hoy se recuerda. El reto del nuevo tranvía es ganarse otro, pero con la diferencia de que no nazca de la resignación sino del proyecto de una gran ciudad.