HISTORIA

Elche, donde el agua manda: la historia secreta del regadío que lo cambió todo

Mucho antes del trasvase y los embalses modernos, Elche ya sabía cómo sobrevivir con lo justo: domando el agua y exprimiendo cada gota. Esta es la historia de cómo lo lograron
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Daniel Ruiz Perona
27 de abril de 2025 - 04:00

Antes del trasvase Tajo-Segura, antes de que llegaran las tuberías modernas, antes incluso de que alguien se imaginara un grifo… en Elche ya sabían lo que era luchar por el agua. Porque aquí, si algo ha definido el paisaje, la economía y la forma de vida durante siglos, ha sido una cosa: el regadío.

Todo empezó con los romanos. Vinieron, vieron y se pusieron manos a la obra. Trazaron caminos, organizaron parcelas y, por supuesto, empezaron a canalizar el Vinalopó, un río más bien tímido, pero al que supieron sacarle partido. ¿Cómo? Con una presa, acequias y un sistema agrícola que ya en su época era una pasada.

Pero los verdaderos cracks del agua fueron los musulmanes. Cuando llegaron, montaron un sistema de riego tan bestia como preciso: una acequia principal, partidores que repartían el agua, y canales secundarios que lo llevaban todo hasta el último rincón de los huertos. Lo tenían todo controlado, gota a gota.

Cuando los cristianos conquistaron Elche en el siglo XIII, en vez de cargarse el sistema, lo copiaron. ¿Por qué? Fácil: no tenían ni idea de regar y los musulmanes sí. Así que lo dejaron todo tal cual. Solo que hicieron su propio reparto: los cristianos se quedaron con la mejor parte del río (9 partes de 12) y la Séquia Major, y a los musulmanes les dejaron dos partes con la Séquia de Marchena. La última parte era para beber y sobrevivir.

Todo este tinglado funcionaba con un nivel de organización que ya querrían muchos ahora: turnos de riego, libros de aguas, propietarios de derechos sobre el agua y una administración local que lo controlaba todo. Era una especie de hidrodemocracia medieval.

Pero claro, el Vinalopó no daba para tanto. Así que en el siglo XVII se lanzaron a construir una presa: el famoso pantano de Elche. Entre 1632 y 1646 lo levantaron a pico y pala. Fue una obra brutal y durante mucho tiempo, la gran esperanza del campo ilicitano. Pero no fue perfecto: el agua se salinizaba, se llenaba de barro… y, aun así, seguía siendo “la joya del término”.

¿Y después? Más problemas. En 1995 reventó la compuerta y se vació de golpe. Todo un desastre. Pero como Elche siempre ha sido tierra de segundas oportunidades, en 2007 lo rehabilitaron. Hoy es un lugar para la fauna, la flora y el recuerdo. Y además, está protegido como Bien de Interés Cultural.

El siglo XX cambió el juego con la llegada de aguas de fuera: primero del Segura, luego del Tajo. Pero eso no borró el legado. Las comunidades de regantes siguen aquí, al pie del cañón, gestionando lo que otros empezaron hace más de mil años.

Elche no sería Elche sin su regadío. Aquí no se sobrevivió gracias a milagros, sino a pura inteligencia colectiva, a saber aprovechar hasta la última gota. Porque sí, aquí el agua siempre ha sido oro. Y esta es la historia de cómo supimos manejarla.

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