HISTORIA

Elche, el oasis que deslumbró al sabio del XVIII

El célebre botánico Antonio José Cavanilles quedó fascinado por el paisaje, la agricultura y la vitalidad de Elche durante su visita en 1793, dejando un testimonio que aún hoy asombra por su detalle y admiración
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Daniel Ruiz Perona
24 de mayo de 2025 - 18:13

En una época en la que los sabios viajaban más que los turistas y los libros de botánica servían para trazar mapas de poder, el ilustrado Antonio José Cavanilles fue enviado por Carlos IV a recorrer el antiguo Reino de Valencia. Su objetivo: estudiar la flora, los paisajes y las formas de vida de sus gentes. Pero cuando en 1793 llegó a Elche, encontró algo más que plantas: descubrió un lugar excepcional que describió con un asombro que aún hoy emociona.

Venía desde Aspe, atravesando terrenos secos, polvorientos y arduos. Pero al salir de la última garganta de piedra, lo que apareció ante sus ojos fue algo casi mágico: un mar de olivos, vergeles, huertas frescas… y un bosque de palmas que se alzaba ocultando las torres de la ciudad. “Es tanta la sorpresa, tan dulce la sensación, que el espectador desea llegar a aquel nuevo país”, escribió. Y así lo hizo. Entró en Elche, se empapó de su paisaje y lo convirtió en ciencia.

Agricultura circular, agua salobre y cabezonería ilicitana

Cavanilles no solo observó con romanticismo. Medía, comparaba, anotaba. Su estudio sobre Elche nos cuenta que aquí no se sembraba a lo loco: había una organización agrícola clara, casi matemática. Alrededor del núcleo urbano se disponían huertos de palmeras (unas 70.000, decía él), seguidos de campos de algodón, alfalfa y cereales, y luego un anillo de olivos. Todo regado por las aguas salobres del Pantano, aprovechadas con ingeniería artesanal y una dosis notable de testarudez campesina.

A pesar de los años secos, los agricultores de Elche no tiraban la toalla. “No se desalientan, porque conocen la bondad del suelo”, escribió con admiración. Incluso elogió su producción de dátiles y algodón, que en aquel entonces destacaba a nivel nacional.

Una ciudad vibrante, con 20.000 almas

Elche no era solo campo. Desde lo alto de la torre de Santa María, Cavanilles observó una ciudad viva, con calles bulliciosas y una población creciente. Calculó unos 20.000 habitantes y se maravilló con la vista: casas blancas, huertas verdes, olivos grises y ese bosque de palmas que parecía protegerlo todo.

En sus textos también hablaba del valor del paisaje como herencia cultural. Aunque él no lo sabía, lo que entonces vio con ojos de sabio ilustrado terminaría, siglos después, siendo Patrimonio de la Humanidad.

Un legado que no se detuvo en el tiempo

Hoy, Elche sigue siendo un referente. Su Palmeral, el mayor de Europa, fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. El Misteri d’Elx, drama sacro cantado en la basílica de Santa María desde hace siglos, también. Y el Museo Escolar de Puçol, ejemplo pionero de conservación del patrimonio etnográfico local, completa un triángulo de oro que mantiene vivo ese “nuevo país” que cautivó a Cavanilles.

Más de 230 años después, las palabras del botánico siguen flotando entre las palmas, como si aún hoy observara Elche con la misma sorpresa que entonces. Tal vez porque, en esencia, esta ciudad sigue siendo lo que fue: un milagro verde en mitad del secano. Un oasis hecho cultura.

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