A las doce y media del mediodía, Elche se sumió en la oscuridad de manera repentina, justo cuando miles de familias celebraban el día de la mona, uno de los festivos más esperados del año en la ciudad. Lo que empezó como una jornada típica de reuniones familiares y meriendas en el campo se convirtió en una carrera de improvisación para conseguir lo esencial: luz, comunicación y recursos básicos para pasar el día.
Las tiendas multiprecio de Elche, normalmente tranquilas en un día festivo, se llenaron rápidamente de gente desesperada por encontrar linternas, radios a pilas, velas y cocinas de gas. En cuestión de minutos, los estantes se vaciaron, y los dependientes se vieron desbordados por la demanda. “No había ni un solo paquete de pilas, ni una linterna en toda la tienda. La gente venía a comprar lo que podían, sin saber cuánto tiempo iba a durar el apagón”, comentaba uno de los empleados de un bazar del centro de la ciudad.
Los clientes, visiblemente preocupados, buscaban en cada rincón productos de emergencia, conscientes de que el apagón podía extenderse por horas. La compra de radios se convirtió en una prioridad para muchos, ya que el acceso a la información era limitado y la radio a pilas parecía la única forma de enterarse de lo que estaba ocurriendo. “Era como si la gente hubiera vuelto a los tiempos antiguos, a lo básico. No se trataba solo de tener luz, sino de poder escuchar algo, de saber qué estaba pasando”, relataba un cliente que intentaba hacerse con una radio para su familia.
Pero las linternas y las velas no fueron los únicos artículos en agotarse. Las cocinas de gas también volaron de los estantes, pues el miedo a no poder cocinar o calentar algo de comida hacía que muchos comenzaran a prepararse para pasar un día sin energía. En pleno día festivo, el concepto de “supervivencia” se hizo presente en las compras, transformando lo que debía ser una jornada de alegría en una experiencia cargada de incertidumbre.
En algunos barrios de Elche, como Carrús y Altabix, la escena se repetía: familias con carritos llenos de productos de emergencia, en busca de una solución rápida ante lo inesperado. Los comercios de los alrededores también vivieron una avalancha de clientes, algunos de los cuales venían de pueblos cercanos, al verse igual de afectados por el corte de electricidad.
El apagón de Elche no solo dejó a la ciudad a oscuras, sino que mostró de forma inesperada cómo la falta de recursos básicos y la dependencia de la electricidad se viven de manera tan inmediata en la vida cotidiana. En pocas horas, Elche pasó de celebrar la mona a tener que buscar en cada rincón una linterna, una vela o una radio para sentir que, al menos, no se estaba completamente aislado del mundo exterior.