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Los Homo sapiens facilitaron el establecimiento del águila perdicera en el Mediterráneo hace 50.000 años, según un estudio en el que participa la UMH de Elche

Un equipo de científicos españoles y portugueses ha desentrañado la historia ancestral del águila perdicera (Aquila fasciata), una de las aves de presa más emblemáticas de la fauna ibérica actual
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Miguel Ángel Monera
17 de mayo de 2024 - 10:17

La investigación, publicada en la revista científica People and Nature, integra argumentos de la paleontología, genética y ecología para determinar cuándo y por qué esta especie, típicamente tropical y subtropical, colonizó la cuenca mediterránea. Liderado por la Universidad de Granada (UGR), el estudio cuenta con la participación de investigadores del área de Ecología de la Universidad Miguel Hernández de Elche (UMH).

Marcos Moleón Paiz, profesor del Departamento de Zoología de la UGR y primer autor del artículo, explica que “el águila perdicera es una ‘recién llegada’ en Europa. Esta especie probablemente comenzó a establecerse en la cuenca mediterránea no hace más de 50.000 años, mientras que otras, como el águila real (A. chrysaetos), han estado presentes aquí desde mucho antes, tal y como lo atestiguan los registros fósiles”.

Los análisis espaciales del estudio muestran que el águila perdicera, a diferencia del águila real, se ve desfavorecida en climas fríos. “En el último periodo glacial, el águila perdicera solo podría encontrar refugio en las cálidas zonas costeras, que es precisamente donde han aparecido sus fósiles más antiguos”. Eva Graciá, profesora de Ecología de la UMH, señala que “los análisis genéticos confirmaron que, alrededor del último máximo glacial, la población mediterránea de águila perdicera debió estar formada por pocos ejemplares”. Esta población ancestral prosperó a medida que la temperatura en la cuenca mediterránea aumentó y la población humana creció y se hizo sedentaria.

El equipo de científicos se preguntó por qué el águila perdicera comenzó a establecerse en el Mediterráneo durante un periodo climático tan complicado. Según Moleón, “tras poner a prueba varias hipótesis alternativas, todas las piezas del puzle indicaban que los primeros pobladores europeos de nuestra especie (Homo sapiens) jugaron un papel fundamental”.

Para este estudio, los investigadores recolectaron y analizaron la información más completa sobre las interacciones competitivas entre el águila perdicera y el águila real en la actualidad. Confirmaron que, en esta relación, el águila real es la especie dominante y la perdicera la subordinada. Los resultados mostraron que el águila perdicera solo puede subsistir en lugares donde el águila real es escasa, principalmente en zonas altamente humanizadas.

“Nuestros modelos matemáticos indicaron que, si elimináramos todas las parejas de águila real en zonas climáticamente favorables, cabría esperar un fuerte incremento en el número de parejas de águila perdicera, pero no al contrario”, explican los investigadores. El estudio también revela que las águilas reales pueden matar águilas perdiceras y usurpar sus territorios, algo que no ocurre a la inversa.

Además, el águila real es menos tolerante hacia los humanos que el águila perdicera. La hipótesis de los autores es que, con la llegada de los primeros humanos modernos a Europa, algunos territorios de águila real cerca de asentamientos humanos fueron abandonados, y esos territorios vacantes empezaron a ser ocupados por águilas perdiceras procedentes del Medio Oriente. Así, el águila perdicera no pudo haberse establecido en el Mediterráneo antes de la llegada de los Homo sapiens debido a la presión competitiva ejercida por el águila real y otras especies.

El estudio revela un mecanismo denominado “liberación competitiva mediada por humanos”, por el cual nuestra especie podría modificar indirectamente la distribución de otras especies, incluidas las de larga vida. Sin embargo, la ventaja que supuso para el águila perdicera vivir cerca de humanos se ha vuelto en su contra. “El futuro del águila perdicera en el Mediterráneo está comprometido por la intensificación de las actividades humanas, que se traduce en mortalidad en tendidos eléctricos, escasez de presas y molestias en los lugares de nidificación, entre otras amenazas”, concluyen los autores. Toni Sánchez Zapata, catedrático de la UMH, subraya que “la conservación de especies amenazadas como las grandes águilas se beneficiará de los conocimientos derivados de los procesos ecológicos a gran escala espacial y temporal”.